Opinión

Creadores de etiquetas

Reconozco que no estoy muy familiarizado con el lenguaje más en punta y el tratamiento que se le otorga en nuestros días a los heterogéneos y cambiantes fenómenos que definen la actual cultura urbana. Por ejemplo, he tenido que bucear en Internet para enterarme con cierta propiedad de lo que significa un “hipster” o qué hay que hacer para convertirse en una “it girl”, si bien una vez sabido tampoco es para tanto porque en todas las civilizaciones y con diferentes denominaciones -en general procedentes del exterior- estos personajes están siempre presentes en las modas y en los hábitos de cualquier sociedad estructurada. Por ejemplo, una “it girl” de su tiempo era la reina María Antonieta de Francia cuyos gustos marcaban tendencia en las cortes europea pre revolucionarias, cuyos peinados imposibles eran inmediatamente copiados por todas las damas pudientes, y cuyo destino no fue tan delicioso como su propia persona porque, como todo el mundo sabe, acabó guillotinada.

Los que ahora conocemos como “hipsters” podrían equivaler a los divinos petitmetres que marcaban los dictámenes de las modas a la última en la Francia del XVIII o a los jóvenes románticos que imponían tendencia inspirándose en motivos de ultratumba a mediados del XIX. Larra, Espronceda, Zorrilla, Leonardo Alenza o Julián Romea se empecinaban en aparecer pálidos como la cera, remarcaban sus ojeras con un lapicero si no salían de forma espontánea y, abonados a la dulce tortura de los amores imposibles, soñaban bien con caer en el campo del honor fulminados por un pistoletazo bien con quitarse la vida una vez definitivamente despechados por su adorada dama. Imponían las levitas entalladas, la perilla en forma de flecha, los plastrones de raso morado, y el bastón que escondía un estoque, deliraban de amor, y acudían a los cementerios para pasearse entre las tumbas hasta el amanecer.

Los “hipster” conforman una tribu de naturaleza urbana que aboga por huir de las etiquetas y comportarse de forma independiente en sus gustos y actitudes desde la gastronomía a su genuino y cuidadamente descuidado vestuario. El drama es que todos visten igual, comen en los mismos sitios, escuchan la misma música y se dejan barba. Por tanto, están igualmente etiquetados.

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