Opinión

Cuarenta años después

Como dice uno de los protagonistas de la que para mí es la obra maestra de Roman Polanski, titulada en España “El baile de los vampiros”, yo también me repito más que la mortadela con ajo y por eso me abono a insistir en que este PSOE controlado y reconstruido por Sánchez para mayor gloria suya y de sus íntimos, ni es el PSOE que merece ser admirado, ni es el de mi época, ni es el que aspiraba a perpetuar Pablo Iglesias –el gallego fundador naturalmente- ni merece ser llamado así. El actual PSOE no responde a ninguno de los principios fundacionales que se unieron para establecer su código de conducta y sus actuales dirigentes  han renunciado a las reglas que definieron ese histórico  nacimiento para convertirlo en un instrumento de poder y control muy lejano a los generosos objetivos que persiguieron  dirigentes históricos cuando fue madurando y consolidando la venturosa apariencia de socialdemocracia con la que gobernó en armonía y cohesión en países de media Europa incluyendo el nuestro.

Cuarenta años han pasado desde el triunfo electoral de Felipe González que lo llevó a la Moncloa, y este partido socialista de postureo y cesión permanente cuya única premisa parece a estas alturas aferrarse al sillón cueste lo que cueste, se apresta a celebrarlo olvidando el pasado en el que precisamente    se labró este triunfo. La prueba del olvido del brillante pasado que conformó un partido homologable a los mejores de su espectro presentes en los parlamentos europeos, está presente en un puñado de decisiones que ponen en duda la honorabilidad actual del partido. No se ha invitado a los fastos a un personaje clave en el proceso como Alfonso Guerra, seguramente porque Guerra y el pensamiento que representa es un elemento especialmente molesto para la dirección actual. Guerra no ha tenido nunca pelos en la lengua y ha permanecido firme en sus principios. Ahora ni gustan ni resultan confortables para una nueva generación de socialistas que no conocen la inquietud y el sufrimiento, que no han tenido que arriesgarse para defender sus principios, y que no hacen otra cosa que repartirse mandos y prebendas. 

Pedro Sánchez presidirá estos fastos sin haber aportado nada  y seguramente sin merecerlo. Felipe González se ha plegado a hacer en ellos el don Tancredo, pero Guerra no está por la labor de doblar el espinazo. Cada cual en lo suyo. 

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