Opinión

El debate cinematográfico

Como ocurre con el resto de las bellas artes, juzgar el cine es un ejercicio aquejado de subjetividad y es por eso por lo que la adjudicación de galardones que premian los diferentes apartados de la narración cinematográfica produce siempre una larga controversia que probablemente es más intensa y combativa en el ámbito de los meros espectadores.

Aquellos que no tenemos preparación técnica alguna ni la más mínima idea de los múltiples aspectos formales que jalonan el arte de hacer películas, acudimos a presenciarlas fiados únicamente de nuestros propios sentimientos. Y como pasa por ejemplo con los vinos, hemos de fiarnos preferentemente de nuestra propia intuición. Una película nos gusta como nos gusta un vino. Porque nos despierta determinadas emociones, remueve ciertas fibras y sabe bien. En el caso de un vino, el sabor se nota en el paladar mientras el sabor de una película se cata por otros conductos aunque el resultado final sea muy parejo y apenas tenga que ver con el veredicto que emiten los expertos. Yo me reconozco entre las filas de los que no saben nada de técnica cinematográfica y no distinguen un plano corto de un contrapicado. Por eso mis gustos en la materia son bastante zafios y muy aleatorios como nos pasa a la mayoría. Si añadimos a esta incultura manifiesta propia el hecho compartido por una gran parte de los españoles y su costumbre de ver películas dobladas y no en versión original, trazaremos un retrato muy afinado del espectador patrio, sus preferencias y su disposición a la hora de platearse qué títulos, qué actores y que realizadores se merecen las estatuillas. El debate es intenso y prolongado aunque muchos de los que en él participan no hayan visto la mayor parte de las cintas que aspiran a galardón y se manifiesten de oídas.

En todo caso, no conviene que los expertos olviden quién paga en definitiva este arte y qué importancia tiene el espectador en su desarrollo. Las películas se miden por la exquisitez de su arte, por sus aspectos intelectuales más determinados pero también por la cantidad de gente que se asoma a las taquillas del mundo para presenciarlas, y seguramente este aspecto tan palmario pero también tan incómodo de la cuestión es el que deben tener en cuenta los que un país como el nuestro. Hágase por tanto un buen cine y hágase no solo pensando mirando su ombligo sino en que el espectador lo vea y lo disfrute. Es quien paga.
 

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