Opinión

Del más al menos

Cristiano Ronaldo, como Felipe González, se ha propuesto erigirse en el ejemplo más palpable y evidente del grande venido a menos. El caso del astro portugués al que su club actual el Manchester United ha decidido condenar primero al banquillo de la suplencia tanto por su falta de goles como por sus maneras intempestivas, y más tarde al ostracismo apartándolo del equipo, aporta un mayor calado universal teniendo en cuenta que el fútbol es el espectáculo de masas por excelencia y todo lo que se genere en el planeta fútbol tiene la virtud de atrapar y conmover a millones de personas a lo largo y ancho del globo que no tienen más que ver entre sí que su afición inconmovible a este deporte si es que puede seguir llamándosele así. Sin embargo bien mirado, la decadencia como referente y ejemplo ético, social y político de Felipe González propone reflexiones más enjundiosas y por supuesto mucho más amargas también, porque González es una figura indubitable de la historia continental reciente y no se puede jugar a sumergirla en dudas y mucho menos ahora que se cumplen cuarenta años de su memorable triunfo político. Felipe juega además con dos ventajas. De los líderes socialistas que le sucedieron a la cabeza del partido se salvan pocos, y en especial los dos referentes clásicos, Zapatero y Sánchez, proclaman la catástrofe que suele acompañar a los líderes cuando en las filas del propio partido se les proclama divinos. Tras un final de una pobreza indescriptible, Zapatero se gana hoy la vida en calidad de servidor distinguido blanqueando el régimen de Maduro por el mundo adelante. Y Sánchez tiene que apelar a los independentistas catalanes y a los de Bildu hijos de la barbarie etarra para aprobar sus presupuestos que también es pesadilla. En ambos casos, la historia no tendrá misericordia al juzgarlos aunque a ambos esas cosas probablemente les importarán poco. Ande yo caliente y ríase la gente.

Pero Felipe siempre ha sido siempre Felipe, y su aportación al país ha podido ganarle a su cara oculta aquella del terrorismo de Estado y el Gal que le afean considerablemente la figura. Lo malo es que a estas alturas, su pérdida de nobleza también lo condena. Burgués, podrido de millones y aburrido, durmiendo con la aristocracia y cultivando amistades peligrosas al tiempo que cultivas bonsáis y diseña joyería fina. Su partido hace tiempo que le ha retirado el saludo. Lo que cuesta retirarse a tiempo.

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