Opinión

Dos deseos imposibles

Del mismo modo que me falta por aplaudir la gran película sobre la novela homónima “Drácula” que el novelista irlandés Bram Stoker escribió en 1897, también me falta por asistir a una gala de los premios Goya que no se pase de frenada y llevo vistas probablemente las últimas veinte. En el primer caso, y a pesar de la proliferación de cintas dedicadas al universal personaje –es la criatura de ficción más llevada al cine junto con Sherlock Holmes- aún está por filmarse en mi opinión la gran película que respete un relato extraordinario y no es por supuesto la que Coppola hizo en 1992 la que particularmente más me agrada. Muy al contrario, me parece una frivolidad efectista y absurda, con un ridículo protagonista vestido de payaso y un doctor Van Helsing al que no se guarda el más mínimo y  exigible respeto a su honorable y ejemplar condición.

En realidad el Estado está subvencionando el cine nacional mucho más generosamente de lo que el gremio desea reconocer

Sobre las galas de los Goya, podrían escribirse libros aunque baste decir que han terminado por imponer un formato tan sobrado de glamour, evanescencia y postureo como irremediablemente contradictorio con todo aquello que el mundillo cinematográfico afirma defender. Una joven intérprete cantando a los expropiados y los desheredaos de la fortuna vestida enteramente de firma no es un marco que inspire respecto estricto. Una denuncia a las oligarquías bancarias mientras en una habitación del hotel donde se celebraba la gala los ladrones se llevaban joyas allí depositadas por un valor de 30.000 euros no son situaciones que pueda convivir sin lesionarse. Un colectivo como el de los actores, productores y directores de cine que se manifiesta legítimamente de izquierdas y se pasea por pasarelas y escenarios de lujos rutilantes despliegues permanentes de luz y poderío, se antoja excesivamente pueril y falso en sus planteamientos y asoma la patita peluda por debajo de la puerta.

Las cifras que la Academia expuso sobre la aportación del cine español a las arcas del Estado no son ciertas. En realidad el Estado está subvencionando el cine nacional mucho más generosamente de lo que el gremio desea reconocer. Aún así, y soportando por enésima vez ese concepto absurdo por el que el colectivo cinematográfico se considera depositario único de las llaves que custodian la cultura, la gala fue mejor. Más sensata, más corta, con menos Rovira y por tanto, más contenida. Se agradece mucho…

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