Opinión

Despeñarse a conciencia


Leía yo hace unos días el demoledor artículo publicado en este mismo periódico y firmado por mi compañera de aulas, colega y querida amiga Pilar Cernuda, dedicado al en tiempos valeroso y perseverante juez Fernando García Marlaska, azote de terroristas entonces, y su conversión a polichinela en su nuevo papel de ministro del Interior, brazo ejecutor de los designios del Gobierno y protagonista forzado de actuaciones vergonzosas y declaraciones jalonadas de mentiras sin cuento ni sonrojo por donde se ha escapado su bien ganado prestigio de hombre digno y magistrado honorable del que ya no queda la más mínima huella. 

Pilar Cernuda ha conocido, estoy seguro,  personalmente a Marlaska cuando era uno de los pilares de la Audiencia Nacional, y lo admiró como lo he admirado yo y lo han admirado tantos y tantos  agradecidos contribuyentes beneficiarios de una tarea  que le convirtió en personaje de referencia, y que él y su orteguiana circunstancia se han encargado de despeñar condenándose a sí mismo de por vida a soportar sobre sus hombros el peso insoportable del descrédito, y vamos a esperar por su bien que todo quede en eso y que los desperfectos de su cambio personal, profesional y ético no pasen de dinamitar su buen nombre y demoler la huella dejada mientras ejercía su función formando parte de la judicatura.

Salvo excepciones muy puntuales, el paso de magistrados al ejercicio político se ha manifestado como una práctica que no produce buenos resultados y ni siquiera beneficios. Ni para la sociedad ni para el propio protagonista. Los jueces ostentando cargos políticos patinan partiendo de hábitos a menudo incompatibles con la vida parlamentaria. Y no solo se abocan a la comisión de errores y prácticas equivocadas sino que lastran su continuidad en el ámbito jurídico cuando toca volver al tajo. Significados en su ideología y a menudo cargando una pesada mochila de errores y desafueros, los jueces terminan mal en la vuelta a su oficio como cualquiera puede recordar repasando el devenir histórico.

Marlaska no solo se ha equivocado sino que ha actuado mal a conciencia. Y ha dicho mentiras gordas, ha abusado de su condición y sobre todo, le ha vuelto la espalda a todo aquello por lo que había luchado y todo lo que había defendido cuando era un juez ejemplar, querido y respetado por todo sus conciudadanos. “París bien vale una misa” dijo Enrique de Borbón que para sentarse en el trono de Francia hubo de hacerse católico. Pues eso mismo.

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