Opinión

Dictamen científico

El psiquiatra forense José Cabrera, una de las máximas autoridades europeas en la materia, acaba de expresar públicamente que Artur Mas donde debería estar es en un psiquiátrico. Asegura que si fuera un paciente suyo sería inmediatamente tratado de un trastorno mental grave. “Ha perdido el contacto con la realidad y por menos he prescrito ingresos”. Este científico que sabe lo que se pesca, asegura también que si se hiciera una cata de cocaína en los baños del Congreso daría positiva seguro no me tire usted de la lengua. Es por aquello de ponerle un poco de pimienta anecdótica a un asunto tan serio.

Cabrera se las ha visto con lo peor de cada casa y ha tenido que bregar en los pasillos más lóbregos de las mentes enfermas. Por eso no seré yo quien le contradiga sobre las patologías que aquejan al presidente catalán sino el que no tiene ni la menor duda de el dictamen emitido es el correcto porque muy pocos tienen la capacidad profesional de un personaje de esta naturaleza. Pero aunque un experto de la talla del doctor Cabrera no hubiera hecho público lo que Artur Mas le inspira, cualquiera fuera del entorno del catalanismo que haya seguido con cierto cuidado sus últimos tiempos habría detectado y estaría dispuesto a suscribir ese complejo de inferioridad derivado en megalomanía enfermiza que le obliga a huir de la realidad y como ésta le desagrada profundamente, a romper con ella.

Mas, al que le ha salido al camino la temida culebra de la corrupción para hacerle más chunga su ruta hacia lo imposible, abrió un día la ventana y le luz le cegó. Detrás del divino resplandor escuchó una voz que le escogía para guiar al pueblo catalán en su huida de Egipto y a partir de ese momento, todo lo demás dejó de tener sentido. Su existencia se dedicó desde entonces a esta misión divina y los otros aspectos de la política, su obligación de gobernar, la necesidad de respetar los preceptos económicos y administrativos, los balances, los presupuestos, las inversiones, los pobres, los feos, los abuelos y los niños le trajeron sin cuidado. Él a los suyo, ciego, sordo y mudo.

Por eso dice el doctor Cabrera que está para que lo internen en un psiquiátrico y se pasee vestido de Napoleón por las salas de estar pasando revista al resto de los pacientes. No sería mala idea.

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