Opinión

Dios bendiga a George Martin

Cuentan los antiguos códices que cuando los Beatles llegaron al edificio de EMI situado en Saint John Wood’s, les recibió un ingeniero, que hablaba muy bien y era muy alto y muy fino, y se presentó con amabilidad para tratar de caer bien a aquellos muchachos hijos de la clase trabajadora que venían del norte y eran un manojo de nervios: “Hola. -dicen que dijo- Mi nombre es George Martin y me gustaría que os sintierais cómodos. Si algo no os agrada podéis decírmelo”. Y George Harrison, con la cabeza gacha y contemplando la punta de sus zapatos le respondió: “Pues para empezar, no me gusta su corbata”. Es así como los viejos cronicones cuentan de qué manera se conocieron el maestro y sus pupilos. A George Martin, la música que deseaban mostrarle aquellos cuatro muchachos procedentes del lejano y esquinado Liverpool le produjo tanto interés en un principio que se marchó a tomar una taza de té a la cafetería del estudio y tuvo que ser uno de los técnicos de grabación el que le diera la voz de aviso: Más vale que vengas, George –le advirtió- deberías escuchar lo que estos tíos están tocando ahora”. Era “Love me do”.

George Martin, el tipo que estaba agazapado detrás y que le ponía las corcheas a todo lo que los chicos hacían se nos ha ido a los 90 años. Fue el que sugirió a McCartney que en lugar de tocar “Yesterday” con guitarra, bajo y batería se acompañara con un quinteto de cuerda al modo del neoclasicismo. Paul no sabía muy bien qué era aquello y Martin le escribió la partitura en Fa para que le respaldaran dos violines, un chelo, un contrabajo y una viola. Paul, prefirió sepultar aquella canción en la segunda cara del álbum “Help” para que no le tomaran por una maricona. Ponerle violines de fondo a algo tan recio y tan macho como una banda de rock and roll debía ser forzosamente propio de afeminados y no estaba bien visto entre norteños. Pero Martin tenía razón. Un día, Lennon le dijo que uniera dos pedazos distintos de “Strawberry fields forever” que ni siquiera estaban en el mismo tono y que sin duda él sabría cómo hacerlo. Lo hizo, claro, y los juntó en Si bemol. Otro día le escribió a John una partitura disonante genial para 24 compases perdidos en las entrañas de “A day in the life”. Pero nunca se dio importancia. “Los que hacen las buenas canciones son ellos” comentó muchas veces. Así era George Martin, Dios le bendiga.

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