Opinión

Dios salve al rey


El fallecimiento de la reina Isabel II, –de Inglaterra según cacarean erróneamente la mayor parte de los supuestos expertos en la materia que han desfilado por las cadenas de televisión olvidando que también lo es de Irlanda del Norte, Escocia, Gales y otras catorce comunidades más– parece marcar con carácter definitivo el final de las viejas monarquías europeas que ya no cuentan entre sus representantes soberanos o soberanas de tiempos tan lejanos. De todos modos, el ascenso automático al trono del príncipe Carlos tampoco es que despeje las últimas dudas al respecto: Charles Philip Arthur George Mountbatten Windsor cumplirá en breve 75 años y no es, por tanto, un monarca joven y aparentemente idóneo por edad para afrontar una reconversión necesaria en los caducos métodos de la monarquía británica aunque los genes de sus predecesores le auguren un largo reinado (sus padres han fallecido al borde de los cien años y su abuela los superó). Carlos es además un rey   divorciado en un país en el que el monarca es jefe de su Iglesia, una confesión cismática entre cuyos preceptos está la prohibición expresa de divorcio. Para culminar las pinceladas que ayudan a bosquejar su figura y al contrario de lo que hizo su madre  quien procuró no inmiscuirse con opiniones personales en el devenir político y social del país, él sí ha opinado y en ocasiones ha metido la jarreta hasta la liga. Y como remate, y al contrario de otras casas reinantes, la británica es dueña de un inmenso patrimonio familiar. Carlos, por ejemplo, tiene en propiedad y entre otras muchas posesiones, un vasto y próspero superhuerto ecológico que le produce cuantiosos beneficios a fin de mes. A muchos sectores críticos de la opinión pública, esto no les gusta nada. O sea y para resumir, algunas situaciones relativamente incómodas tiene el nuevo rey al subir al trono.

Las cosas como son, las y los monarcas constitucionales -que son todos los continentales- pintan en general poco, y tienen como cometido no dar mucho la vara y darse en brazos de una cada vez más menguante pompa y circunstancia. Cabe suponer por tanto, que a Carlos del Reino Unido se le han clausurado los momentos de abrir la boca. El protocolo británico, que tendrá diez días a la difunta de acá para allá antes de otorgarle sepultura, le va a obligar a no ser explícito en sus opiniones, aunque eso sí, va a reconocer a Camila Parker como reina consorte que no está mal. Ella es la que en verdad sale triunfadora de esta larga batalla. A él, que Dios lo salve, como dice el protocolo y el himno nacional.

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