Opinión

Dios salve lo que pueda salvar

Tengo un amigo británico, oficial y  especialmente caballero, que está tan hondamente dolorido por el comportamiento de su país votando la ruptura con la Europa comunitaria que se ha propuesto dejar de ser ciudadano del Reino Unido, está en ello y va a descansar cuando lo consiga a pesar de que en el fondo esta renuncia le va a hacer trizas su viejo corazón de león el mismo que dicen las crónicas que tenía el rey Ricardo. Renunciar a la condición de británico obliga a no volver a compartir más en su vida orgullo y paisanaje con sujetos y sujetas de valor incalculable. Sir Alexander Fleming, sin ir más lejos. O con Robert Louis Stevenson, William Turner, Percy y  Mary Shelley, Horace Nelson, John Constable, Winston Churchill, Charles Darwin, Alan Turing, Stephen Hawking, Charles Dickens, Jane Austen, la reina Victoria, John Lennon o Paul McCartney. Se me ocurren a bote pronto cincuenta nombres y apellidos más de personajes masculinos y femeninos de las islas que son orgullo y patrimonio de la Humanidad.

Pero después de asistir al espectáculo de la premier Theresa May en su visita a los Estados Unidos y su ridículo romance con Donald Trump no puedo por menos de comprender a mi viejo amigo y mostrarme con él doloridamente solidario. La declaración de intenciones de la líder conservadora desde las colonias es tan ridícula y absurda como aquella incalificable actuación de José María Aznar en compañía de Bush, actuando como un vaquero, con las botas sobre la mesa y hablando en una lengua franca a medio camino entre John Wayne y Cantinflas. May ha conquistado a lo más carca y sectario del alma republicana dándoles lo que estaban deseando escuchar en los labios de una de las descendientes del rey Jorge, que perdió los territorios de ultramar y se volvió además loco de remate. La premier del Reino Unido ha hecho coincidir su visita con el primero de los números fuertes en el programa del nuevo huésped de la Casa Blanca. Su ruptura con México al que quiere  aislar con un muro que además desea que pague. Está desgraciadamente como una cabra y a lo que se ve Londres le respalda. En semejante situación, Dios salve al Reino Unido de la Gran Bretaña. Y con especial atención, a aquellos de sus habitantes que están horrorizados observando lo que pasa.

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