Opinión

Dos en la cuneta

La destitución del cántabro Enrique Setién como huésped del banquillo del Barcelona era la crónica de una muerte anunciada pero también lo era, aunque por otros motivos, la de Cayetana Álvarez de Toledo, desposeída de su cargo de portavoz de su partido en el Congreso de los Diputados y sustituida en él por la antigua alcaldesa de Logroño, una mujer de reconocido talento negociador llamada Cuca Gamarra que es precisamente una de las carencias evidenciadas por Cayetana Álvarez de Toledo durante su trayectoria en el Hemiciclo. Álvarez de Toledo ha sacado los dientes en más ocasiones de los que la prudencia aconsejaba sacarlos, y Pablo Casado ha preferido depositar las posibilidades cada vez más evidentes de un futuro consenso con el presidente Sánchez en una interlocutora mucho más veterana y templada aunque destituir a una personalidad tan potente como Álvarez de Toledo tiene que generar forzosamente un debate de una intensidad acorde con el perfil de la  destituida.

Quique Setién se ha marchado del Camp Nou tras contribuir activamente al desastre azulgrana, aunque justo sería reconocer que no es ni mucho menos el máximo culpable del desastre. El gran error de Setién fue precisamente aceptar el cargo en lugar de quedarse con sus vacas en la montaña donde se hallaba a resguardo de los delirios de una entidad que ha tocado fondo y que echó mano de él para convertirlo en el payaso de las bofetadas. Desarraigado, sin apoyos, sin vínculos con la propia entidad, más solo que la una y consciente de su condición de intruso y de su provisionalidad, Setién se dejó deslumbrar por una situación en la que estaba destinado al fracaso. Consuelo Álvarez de Toledo se empeñó en ser un verso suelto, se empeñó en imponer una personalidad desbordante que no entendía de disciplinas ni estrategias, se empeñó en establecer en el grupo parlamentario popular un estilo propio. Y fue cosechando situaciones de difícil resolución que afectaban a la propia marcha de la política de su formación hasta que alguien mandó parar. El análisis oficial es que Casado se cansó de sus desplantes, sus salidas de tono y su condenada manía de hacer las cosas a su imagen y semejanza. Pero a pocos se nos oculta que Alberto Núñez Feijoo estaba de maniobras orquestales en la sombra. A estas alturas, el gallego es un señor muy poderoso.

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