Opinión

El camino hacia la casta

Cuando le dije a mi padre que estaba convencido de abandonar la carrera de Medicina para dedicarme a estudiar y ejercer el periodismo, pensó que su hijo había perdido definitivamente la razón y, o bien se había dado a la bebida, o bien había decidido tirarse al monte. Por muy mal médico que fuera yo –él sabía positivamente que en caso de licenciarme sería un médico mediocre al que más valía colocar de forense antes que dedicarlo a sanar vivos a los que probablemente dejaría mucho peor de lo que habían entrado en la consulta- siempre habría alguien que continuara la saga, y entendí perfectamente no solo el deseo de convertirme en su heredero en la profesión, sino el de hacer de mí un hombre de provecho, admirable condición que, ejerciendo de periodista, no estaba en modo alguno garantizada. Fui por tanto periodista, no gané un duro, pero he vivido de ello y también para ello, porque a este oficio encabronado y canalla me he dedicado durante toda mi vida y aún sigo en ello como ustedes saben. 
Seguramente es la curiosidad, esa intención malsana que a todos los que nos dedicamos a esto nos persigue y nos incita a las mayores y más irresponsables machadas, la que me ha dotado de una capacidad de análisis ligeramente superior a la de otros colectivos. Y con ella lista y con la palanca situada en modo crítico, me he puesto a ojear las fotos de la pareja formada por Irene Montero y Pablo Iglesias ahora que comparecen en calidad de ministra y vicepresidente del Gobierno. Si mi padre hubo de tragarse su sorpresa cuando cambié de tocata eligiendo un nuevo rumbo para mi vida, no quiero ni pensar los gestos que la nueva imagen de la pareja ha debido producir en sus antiguos votantes, aquellos que acampaban en la Puerta del Sol en los albores de la propuesta de partido político brotado en las entrañas de la justa indignación que puso a Iglesias y Montero en el mapa. Contemplarlos hoy vestidos de alta costura, exhibiendo complementos muy caros, doblando el espinazo ante los monarcas, habitando un caserío de lujo en lo mejor de la serranía de Madrid al que dan vigilancia por turnos destacamentos de la Guardia Civil a los que ambos han dado la espalda negándose a respaldar una justificada equiparación salarial con sus compañeros de policías autonómicas, da yuyo. Ahora, estos dos no solo son pura casta sino clase dirigente. Vivir para ver.

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