Opinión

El corte de pelo


De entre las muy pocas cosas que a estas alturas de mi vida siguen poniéndome de mala leche está lo de cortarse el pelo. Lo he llevado largo desde que me abdujo por completo la portentosa estampa de los Beatles con el flequillo sobre el entrecejo y un pellizco de cabello tapando el inicio de las orejas. Era la correspondiente a principios de los sesenta en los inicios de su fulgurante carrera. Como he tenido la inmensa suerte de conservar el pelo con honorable dignidad a lo largo de todos estos años y es de las pocas cosas que no se me han caído en virtud de mi edad venerable, cada vez que voy al peluquero he de apretar los dientes aunque sea un hombre ejemplo de amabilidad y de paciencia y no se merece en absoluto que yo lo tenga retratado en la mente como si en vez de las tijeras llevara en la mano un verduguillo. 

Conservar la mayor parte del pelo en su sitio al paso de los años está sobrevalorado y no debería suponer trauma perderlo porque hay respetable dignidad en una cabeza calva y ningún desdoro implica perder un atributo resto de nuestro pasado primate que hoy solo sirve para paliar el frío. Pero es evidente que lo supone. Recuerdo hace muchos años el caso de un aguerrido defensa central del Sporting de Gijón que se estaba quedando calvo apenas superada la treintena y no se le ocurrió otra cosa que saltar al campo con peluquín en el Bernabéu y contra el Real Madrid. Al primer lance aéreo voló el bisoñé por los aires, y las setenta mil almas citadas en el campo rieron a la vez mientras el jugador lo rescataba del santo suelo y se lo encasquetaba de nuevo en su sitio. Al segundo, volvió a salir disparado entre crueles carcajadas del público presente. El hombre rescató su peluquín y salió corriendo hacia el vestuario sin esperar permiso alguno para el cambio. No volvió a ponérselo jamás que yo sepa, ni siquiera cuando le llegó la hora del merecido retiro.

Ayer me corté yo el pelo y siempre que lo hago y me miro al espejo siento complejo y me advierto a mí mismo con aire de seminarista o de recluta. Bien por falta de costumbre o bien en recuerdo de aquella caricatura de mili que yo hice, en las horas posteriores al tratamiento me sospecho tan ridículo como si estuviera en plena calle desnudo. La próxima vez trataré de ir a cortármelo a la peluquería de Penny Lane a ver si se me hace más llevadero.

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