Opinión

El infante perdido

No hay ni tiempo ni Corona en la historia que no tenga que apechar con personajes que actúan por libre. Hijos, sobrinos, yernos, hermanos, cuñados, nietos de monarcas, mujeres u hombres problemáticos, son en definitiva imposibles de meter en cintura,  liberados de responsabilidades, trapisondistas, calentones, versos sueltos y personajes inclasificables, indomables, impredecibles y eso sí en todo tiempo y circunstancia, incómodos y molestos. Una gran parte de ellas y ellos se distinguieron por su inclinación a la golfería, a la nocturnidad y al sandungueo como hijos e hijas de papás coronados cuya condición les permitía ventajas y situaciones de privilegio que solo anidan en las personas de sangre azul, aunque no todos han salido rana. A los aficionados a los meandros históricos les sonará la figura ejemplar de Enrique de Borbón, hijo del  infante Francisco de Paula  y la infanta Luisa Carlota –la de la bofetada a Calomarde- al que no solo le resultaba insufrible su condición real sino que practicó una vida solidaria con los afligidos completamente al margen de los comportamientos que suelen identificarse con la realeza. Esa condición liberal y crítica le costó la vida. Murió con 45 años, con la cabeza atravesada por la bala que le disparó su primo y enemigo el duque de Montpensier durante un duelo.

En estos tiempos el entorno familiar de la Corona nos ha ofrecido no pocos ejemplares de esta raza silvestre que hace de su capa un sayo y mete al trono en un lío. El último de estos especímenes es el llamado Felipe Juan Froilán de Marichalar y Borbón, hijo mayor de la infanta Elena y sobrino del rey Felipe, al que el sanedrín de la familia reinante ha resuelto quitarse de encima de una vez ante la hipótesis no desdeñable de que este disipado veinteañero que parece atraer sobre sí todos los problemas imaginables, consiga meterse en un entuerto de un rango tal que les busque a todos ellos y a él mismo una definitiva ruina. Internado en más de media docena de colegios, academias e instituciones nacionales y extranjeras sin el menor éxito, entretenido habitante de la noche madrileña y empeñado en generar y atraer conflictos que fluctúan entre escándalos de discoteca, señoritas despechadas y peleas a navajazo limpio, los habitantes de la Zarzuela y sus aledaños han acabado subiendo al caballero a un avión y empaquetándolo a Abu Dabi con su abuelo emérito. Harán buenas migas.

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