Opinión

El relato histórico

He leído algunas de las opiniones que suscita un género literario de persistente actualidad como el llamado thriller histórico entre los propios autores que lo cultivan. Todos ellos se muestran sumamente orgullosos de cultivarlo y expresan su convicción de que las novelas que firman contribuyen a incentivar en el lector deseos por conocer pasajes históricos de entidad que de otro modo no le serían accesibles. Con la necesaria modestia, yo mismo puedo considerarme un escritor que ha cultivado con cierto éxito el thriller histórico y, por tanto, no creo pecar de inconveniente si expreso mi propia opinión al respecto, cuestión que abordó pidiendo respetuoso permiso para hacerlo a los lectores de este rincón del periódico diario. Lo que yo pueda pensar al respecto no se diferencia mucho de lo que he expresado públicamente en las comparecencias a la que he asistido y mi opinión me ha sido solicitada. Ni yo ni la mayor parte de aquellos escritores que nos inclinado por este género somos historiadores. En mi caso, no soy más que un periodista o lo que equivale a considerarme un sujeto curioso al que le gusta más que otra cosa, ahondar en la condición humana. Pero no soy un historiador riguroso. Ni deseo serlo ni me lo merezco. Ni riguroso ni lo contrario. Escribir es dar rienda suelta a la imaginación y el papel lo aguanta todo. Incluso a escritores de méritos tan dudosos como yo mismo.

Se trata por tanto de reflexionar sobre el papel que tienen que desarrollar estos relatos y que no pueden sustituir de ninguna manera el estudio ponderado y riguroso de la Historia. Es evidente que un episodio contado en clave de crónica y aderezado con material complementario es mucho más sugestivo que la crónica pura y dura de los hechos. Pinceladas añadidas como una trama romántica, un hecho doméstico que pueda enriquecer en hecho auténtico, un imaginativo complemento descriptivo y colorista de una realidad idealizada y varios recursos más contribuyen a otorgar encanto a la exposición dura y fría de lo que ha pasado. Pero no caigamos en el error de cimentar nuestros conocimientos históricos en las páginas escritas por novelistas como yo mismo. Para saber de historia hay que estudiarla. Lo otro es divertirse, pasarlo bien, y servirse de un placer para rellenar los agujeros del conocimiento.

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