Opinión

Si ella fuera afgana

Confieso que las absurdas declaraciones de la ministra Montero me han sacado de quicio, y confieso también que no me las he podido sacar de la cabeza cavilando sobre la trascendencia que puede tener que un representante de un Gobierno legítimo y elegido libremente por el pueblo pueda expresarse públicamente de esa manera. No conviene olvidar, por ejemplo, que la ministra ha utilizado para expresarse una radio que transmite en internet, sistema avanzado de comunicación, progreso y cultura que la cerril opresión talibán ha clausurado. Los talibán han prohibido por ejemplo la música, y uno de los últimos fogonazos de la realidad afgana nos mostraba la estampa de un presentador de informativos de televisión ofreciendo las noticias a cámara, escoltado por dos sujetos armados hasta los dientes que vigilaban la pureza de la información. No es mucho suponer que si se desviaba un milímetro de la ortodoxia sería acribillado allí mismo a la vista de los telespectadores.

Las insospechadas estupideces de la ministra Montero en su abominable ejercicio comparativo, comienzan por ella misma. Si ella fuera una mujer afgana inmersa en el marco social y político de la actualidad de su país, no solo no podría ser ministra ni diputada sino que no podría salir la calle. En las muy escasas ocasiones en las que sus dueños permitieran tal cosa, comparecería en el exterior literalmente embutida en un burka de recia tela negra que no permitiría ni un centímetro de su piel al aire libre. Tendría que observar el mundo a través de una tupida rejilla tejida en un rectángulo abierto ante sus ojos por el que también le entraría el aire para respirar, y el breve paseo fuera del reducto de un hogar, compartido en el papel de esclava con un hombre al que no desea, lo haría acompañada por ese hombre, al que escoltaría respetuosamente a una prudente distancia, llevando sus pertenencias como si fuera un burro de carga. Habremos de pensar por tanto, que lo dicho por la ministra Montero es fruto de su carencia de formación y no de su creencia. En un país libre, respetuoso y respetable como el nuestro, la imbecilidad no tiene sexo. Hay mujeres cretinas y hombres cretinos. La prueba está en la propia ministra. Y en los que la siguen manteniendo en el cargo.

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