Opinión

Errores no forzados

La vida avanza y en sintonía con ella avanzan los seres humanos, la mayoría de los cuales se maravilla para bien o para mal de los resultados sorprendentes en los que dan estos avances cuyos contenidos es imposible predecir. Por ejemplo, aquella Irene Montero experta en la demolición de actos y persecución de las castas dirigentes a las que acosó y hostigó con ahínco, ha de enfrentarse hoy a frecuentes interrupciones de sus comparecencias públicas como la que ha vivido estos días en la Complutense acosada por un grupo de estudiantes que trataron de romper a gritos el coloquio en el que participaba  y en el que trataba de explicar los avatares de su polémica ley del solo sí es sí. Montero no vive momentos precisamente felices a la vista de la repercusión que la ley ha tenido y los efectos de una legislación cuyos defectos están precipitando situaciones diametralmente contrarias a las que deseaba combatir. La ministra soporta a estas horas la soledad a la que la ha reducido un Parlamento Europeo  que se niega a respaldar sus argumentos y no comparte  la explicación de la titular de Igualdad que culpa a los jueces españoles de una aplicación equivocada de la ley cuyos errores precipitan las reducciones de condena.

Montero es uno de tantos ejemplos que se producen en este país nuestro tan aficionado a los comportamientos extremos, cuya más sobresaliente característica es el cambio radical entre el inicio y el final de un proceso, especialmente si el proceso se refiere al devenir de una trayectoria política. No hay apenas vinculación entre la Irene Montero del principio y su espíritu combativo y tumultuario y esta parlamentaria  acosada y señalada por sus errores que trata de legitimar una posición puesta cada dos por tres en tela de juicio defendiéndola como gata panza arriba.

Montero no es el primer ejemplo de política primeriza e inexperta que se lanza al vacío sin calcular las consecuencias de sus decisiones. Uno de los principales defectos de la nueva generación de servidores públicos es su alarmante falta de preparación que corre pareja con su osadía suicida. Sin embargo, lo peor de todo no son los errores que, como en tenis son no forzados, sino el empecinamiento de no saber reconocerlos. Si se asumieran podrían tener un mejor arreglo.

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