Opinión

Escribir es morir un poco

Una gran parte de los escritores con obras de éxito se empeñan en adjudicar al ejercicio de la escritura un efecto ingrato como si escribir fuera una maldición que les ha tocado en suertes para hacerles sufrir lo indecible en el ejercicio de sus habilidades personales o profesionales. He leído multitud de declaraciones abundando en ese carácter lacerante de la escritura e incluso como periodista, algunas de las estrellas de la literatura que entrevisté en su momento insistieron en que su profesión tiene un componente de dolor y redención permanente que plantea situaciones muy duras y muy desagradables.

Criminalizar el oficio de escritor no es el mejor modo de valorarlo. Y además no es ni siquiera el más justo, porque el solo hecho de redactar un texto con el suficiente acierto para que otros lo interpreten es según yo lo veo, un admirable ejercicio del que uno debería disfrutar plenamente en lugar de sufrirlo como si fuera un penitente de Semana Santa. Y es que en mi modesta opinión, ese argumento tan extendido no responde a otra cosa que a la interpretación de un roll preconcebido que ataca frecuentemente y con mayor insistencia a las figuras consagradas.

Los consagrados –algunos con la mayor justicia y otros como consecuencia de Dios sabe qué cósmica carambola- sospechan que un literato no está comprometido si no se desnuda el alma en cada obra como si los textos que firma tuvieran que ser forzosamente jirones mismos de su intimidad más pura y si no lo son no expresan verdad alguna. Ciertamente, un proceso de esa naturaleza en cada producto que uno pone en el mercado parece más propio del diván del siquiatra que del teclado del ordenador. Pero yo no creo que sea necesario mostrarse ante el lector en pelota picada para escribir una buena novela como supongo y estoy seguro de ello, un actor deja su torturado personaje colgado del perchero cuando se va a su casa. Un día le preguntaron a uno de los actores que desempeña el papel de médico forense en una serie de televisión si había visto alguna vez una autopsia y respondió. “Me caería al suelo redondo de la impresión. Yo soy un actor que interpreta a un forense, no un forense que actúa”.

Si uno se lo toma así, escribir es una delicia. Al menos, a mí así me lo parece.

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