Opinión

Eurovisión y la cámara

La campaña electoral se tomó un respiro en la calle para trasladarse al Congreso y en menor medida al Senado, donde se produjeron episodios de todo matiz y naturaleza que pregonan lo mucho que ha cambiado la vida política en muy pocos años hasta el punto de que al menos el Hemiciclo guarda cada vez menos parecido con un foro legislativo tradicional para convertirse en un escenario que lo aguanta prácticamente todo. El Congreso recuerda demasiado al Festival de la Canción de Eurovisión, en el que adquiere mayor importancia la forma que el fondo y en el que se ha prescindido de la calidad en aras del espectáculo. Uno se pregunta varias veces si ha votado para asomarse a escenas propias de un esperpento, pero se convence de que al menos depositar la papeleta en las urnas ofrece la posibilidad de apelar, ante espectáculos como el de ayer, al recurso del pataleo.

Estamos desde luego y afortunadamente en un país que se ha convertido en adalid de la diversidad, aunque una excelente virtud como ella pueda producir también situaciones descabelladas que producen cierto rubor. El espectáculo no se basó en el rigor y la serenidad de sus señorías sino en una casi interminable catarata de episodios sin pies ni cabeza que si bien amenazan seriamente con horadar la calidad de nuestra democracia, al menos engrosan el capítulo del anecdotario de una Cámara que ha tolerado sin pestañear que una de las componentes de la Mesa de Edad constituida hasta completar la dirección de la Cámara, subiera al estrado con una camiseta plagada de lemas independentistas y apologías de un golpe de Estado.  Estamos en una instancia en la que los diputados de Vox han recurrido a trucos de bocamanga para ocupar unos escaños que no catarán en toda la legislatura. Todo ello aderezado por las fórmulas tramposas e inadmisible a las que han apelado –presos o no- los diputados independentistas para jurar sus cargos, una situación que debería regularse –como la de las camisetas y otras manifestaciones parejas- para devolver al Congreso su serenidad perdida o al menos, sus formas. España es hoy, rica y plural pero es también muy dada a salirse de madre. No estaría de más que se aplicaran los reglamentos tendentes a paliar estos desquicios.

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