Opinión

El general despedido

Cada uno puede hacer con su cuerpo lo que quiera faltaría más, pero en ese quehacer al que todo el mundo tiene derecho no puede faltar el cumplimiento de la ley porque sin ley no hay democracia, orden, libertad y Estado de Derecho.

Por eso sorprende profundamente la respuesta ofrecida por el general Rodríguez al que el Gobierno ha dado de baja sin honor no porque haya decidido presentarse a las elecciones generales formando parte de las candidaturas de Podemos –una decisión que puede resultar extraña e incluso profundamente incoherente pero que no debe ser en absoluto puesta en cuestión como tal- sino por haberlo hecho siendo todavía militar en activo. Al contrario de lo que resultaba cotidiano en el siglo XIX en el que los militares se hicieron dueños de la actividad política sin necesidad de renunciar a su condición, en este siglo nuevo del XXI le está prohibido a los militares involucrarse en cualquier actividad política.

E incluso les está vedado también tomar partido, expresar públicamente su ideología y quebrar la neutralidad inclinándose por una otra opción posible. En suma, y teniendo en cuenta que el general Rodríguez todavía pertenecía al estamento militar cuando inscribió su nombre como número dos de la lista de Iglesias por Zaragoza –el es ourensano y cuesta entender por qué no ha preferido su circunscripción natal para iniciar esta aventura- y seguía estando vinculado a él cuado se ha abierto en canal para explicar cuál es su idea de lo que hay que hacer en Cataluña, es merecedor de esta sanción y así lo ha llevado a cabo el ministerio de Defensa clausurando su carrera con esta mancha que el Gobierno no ha tenido más remedio que imponer y que solo él se ha buscado. Rodríguez ya no es un militar de primerísimo nivel al que es necesario rendir honores en su despedida sino un oficial depuesto con el máximo descrédito. A él quizá le de lo mismo porque su retiro no sufre detrimento alguno, pero no es lo que esa trayectoria se merecía.

La presencia de un hombre como Rodríguez defendiendo un argumento como el que defiende Podemos es, en sí misma, una perfecta incongruencia y en mi opinión un error mayúsculo, pero allá él. Lo único triste es cómo cierra el general y por su propia mano una trayectoria que podía haber sido otra muy distinta.

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