Opinión

Hijos comunitarios

Anna Gabriel, diputada de CUP y parte de la coalición que gobierna Cataluña, acaba de montar un buen escándalo con su particular interpretación de la maternidad, la educación de los hijos y la construcción del entorno familiar. El país ha evolucionado muy rápidamente y los conceptos que ahora resultan cotidianos no lo eran tanto hace tan solo una década. Probablemente ese nuevo ámbito social que convierte en normales situaciones que antes resultaban sumamente infrecuentes es lo que nos permite escuchar por fortuna sin otorgarle más importancia que la que tiene a los desbarres de la diputada catalana, aunque si yo fuera catalán que no lo soy, estaría ligeramente preocupado por si el devenir de los acontecimientos termina convirtiendo a esta mujer en consejera de Educación de la Generalitat, un escenario de pesadilla que encendería numerosas luces rojas de alarma.

La deriva de la clase gobernante catalana es tan ciertamente inquietante que todo puede pasar y aunque los conceptos que Anna Gabriel maneja para el normal desarrollo de su descendencia puedan ser tomados por anécdota, la sombra de un ideario como el que esta porcelana procura para sí misma y sus descendientes planea sobre el resto, y personalmente me siento incómodo sospechando que una parcela de poder, de decisión y sobre todo de recursos públicos a los que contribuyo con mis impuestos pueda estar en sus manos. Tener hijos en común y en colectivo para que las criaturas puedan librarse del opresivo yugo familiar que convierta a la prole en repugnantemente constreñida e irremediablemente conservadora puede ser una elección personal y cada uno hace con su cuerpo lo que le da la gana.

Pero si esas ideas tan alarmantes están respaldadas por un presupuesto, entonces me pongo más nervioso. Para mi suerte, me crié en el seno de una familia convencional y en la feliz compañía de un padre, una madre, una hermana y un perro de aguas. Y para previsible asombro de esta buena mujer y los que la respaldan, semejante marco no me coartó en nada, ni quebró mi libertad ni me causó daño psicológico alguno. De hecho, me inculcó valores muy estimables y me puso en el camino de ser una buena persona. Si no lo he sido es por mi culpa. Porque no supe aplicar en mi vida posterior todo lo bueno que esos padres que tuve me hubieron enseñado.

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