Opinión

Historia de dos ciudades

Málaga tiene en números redondos 573.000 habitantes según el censo más reciente, lo que convierte este singular municipio andaluz en el sexto de España tras Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla y Zaragoza. La ciudad por sí misma sin embargo refleja picos de casi ochocientos mil, especialmente en verano cuando su espléndido y recién ampliado y renovado aeropuerto recibe cada minuto un avión cargado hasta los topes de guiris dispuestos a solazarse en sus playas y recorrer sus soleadas avenidas de urbe mediterránea elegante y espléndida. De hecho, el cálculo que se aplica a la ciudad, su entorno y el ámbito geográfico de la Costa del Sol de la que es motor y referencia insustituible, determina en un millón crecido de personas las que componen la población que habita esta zona costera que mira al Alborán y el vecino norte de África.


Málaga no es únicamente árabe porque fue con anterioridad y durante siglos fenicia y de ahí su nombre de fundación, Malaka, que tiene que ver con Astarté, con los reyes y reinas de Tiro y con la sal. El caso es que uno viene de Vigo suponiéndose notable, se pasea por Málaga, la trota de lado a lado, la disfruta como un pato en una charca y conviene en reconocer que la distancia entre ambas urbes es desgraciadamente para nosotros, casi infinita. La ciudad posee auténticos museos de espléndida factura –el Centro de Arte Contemporáneo, el Picasso, el Pompidou, el Thyssen, el Ermitage y otros varios recintos de carácter local- tiene orquesta sinfónica propia, Festival de Cine, una Semana Santa deslumbrante y una exuberante oferta cultural diversa y pletórica para todos los colores, gustos y bolsillos.

Ha tratado con singular acierto sus muelles y ha construido en ellos una amplia zona comercial y de ocio que Vigo no fue capaz de concretar cuando lo tuvo tan fácil y creó a la orilla del Atlántico un panteón de piedra pura y desnuda en la que no se pueden hacer muchas más cosas que patinaje acrobático. Málaga tiene ya dos líneas de metro y una divertida propuesta gastronómica de fusión en manos de cocineros jóvenes y con ganas de hacer muchas y muy bonitas cosas. Las calles están a tope de un público multicultural y esto, a un vigués debe hacerle reflexionar en profundidad. En Málaga los argumentos son de verdad, no hay dinosaurios de hojarasca ni actuaciones vacías. Y eso se percibe. Ya lo dijo Baroja. Hay que viajar.

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