Opinión

Inquietudes y propósitos

La proximidad de primero de año despierta en general apetitos incontenibles de cambio de hábitos. En consonancia con las edades de cada uno y en sintonía con sus ilusiones, el que más y el que menos se prepara para asumir un número variable de compromisos en sintonía con el grado de ambición presente en cada cual, e imagina que, a partir de enero, todas esas propuestas van a poder cumplirse y le van a hacer la vida más alegre y llevadera. El que más y el que menos, se propone cuidar mejor de sí mismo –lo que implica  darse de alta en un gimnasio, ponerse a régimen, apelar a la práctica de hábitos más saludables como dejar de fumar y renunciar a la ingesta diaria de cañas y frasca, dormir más horas y tomarse menos a pecho las cosas- además de proponerse metas más ambiciosas e intelectualmente más exigentes de las que viene practicando hasta ahora. Por ejemplo, escribir un libro, aprender a tocar el piano, mejorar sustancialmente el inglés rudimentario que uno ha ido aprendiendo después de mucho escuchar música sajona o por imperativo profesional necesario, hacer senderismo, acudir a un taller de pintura al óleo, escuchar ópera o darse de alta en un curso de alta cocina. Nobles objetivos que, a la postre, no suelen aguantar más allá de un plan ideal de actuación que acaba desvaneciéndose en el éter sin que enero se haya agotado.

De todos modos, esos eran quizá los horizontes preestablecidos por los españoles cuando no tenían tantas cosas de las que preocuparse. Hace algunos años, lo que solía preocupar a la gente era la pervivencia de un trabajo estable y la marcha del equipo de fútbol preferido de cada uno. Ahora, y a la vista de un futuro cada vez más incierto, uno no sabe en realidad lo que le preocupa más. En mi caso, y teniendo en cuenta la edad por la que discurro que augura un futuro razonablemente corto, a lo mejor puedo seguir preocupándome por las posibilidades ligueras del Real Madrid. La gente más joven no está en esa misma disposición por desgracia.

Hace ya tiempo que no me gusta lo que veo y no estoy de acuerdo con casi nada de lo que proponen las altas instancias. Y sobre todo, me siento defraudado y vacío ante lo que percibo y lo que oigo. Por eso sospecho que las angustias de ahora no tienen mucho    que ver con las que sentimos en los viejos tiempos. Era otra cosa.

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