Opinión

El juego de las paradojas

Pocas cosas he visto en mi vida tan ridículas como esta escena representada ayer durante la sesión de Control al Gobierno en el Congreso de los Diputados. En ella, el presidente Sánchez planteaba una encendida defensa de los valores democráticos nacionales en respuesta a los ataques vertidos sobre el mencionado sistema por el tipo que se sentaba a su lado, paradójicamente el vicepresidente de su propio equipo ejecutivo. La estampa nos mostraba al presidente enardecido, al vicepresidente mirando a otra parte, los aplausos en las bancadas gubernativas, y otra vez a Pablo Iglesias volviendo la cabeza y negándose a aplaudir. Unas horas antes, el mismo vicepresidente había  pasado por registro en la carrera de San Jerónimo una petición de indulto para el intérprete de rap Pablo Hasel, condenado por injurias a la Corona y enaltecimiento del terrorismo, que hubo de ser llevado a la cárcel a la fuerza tras negarse a ingresar por propia voluntad y atrincherarse en las instalaciones de la Universidad de Tarragona. La negativa implicó una nueva noche de terror en Cataluña y especialmente en el centro de una Barcelona tomada por asalto por radicales independentistas que rompieron, quemaron y asaltaron todo lo que les salió al paso.

La caricatura se completó cuando un sujeto con llamativo acento porteño desempeñando un papel aparentemente oficial, afirmó públicamente tras una noche de pesadilla que la inmensa mayoría de los que se manifestaron lo hicieron de forma pacífica. Era el dicente un tal Gerardo Pisarello Prados, natural de Tucumán y profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona en excedencia que, tras ser concejal del ayuntamiento y primer teniente alcalde barcelonés con Ada Colau, dio el salto en la siguiente legislatura y hoy es diputado con plaza en la Mesa del Congreso, una carrera vertiginosa sin duda.

Esta sucesión de estampas concatenadas inspiran al ciudadano de a pie sentimientos de duda y zozobra no difíciles de comprender. Observar a Sánchez defendiendo el constitucionalismo y a su vicepresidente volviéndole la cara, asistir a los desmanes nocturnas en los cascos urbanos de varias ciudades catalanas mientras un personaje con representación parlamentaria los niega son hechos anómalos cuando menos.

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