Opinión

La derecha zurda

Ayer fue un día en el que se acabó casi todo. Se acabaron las fiestas de verano en la mayor parte de los municipios costeros, esos que ponen especial acento en las celebraciones estivales –a menudo el producto de una equilibrada mezcolanza compuesta por elementos gastronómicos, sociales, artísticos  y alcohólicos- en villas cercanas a las playas y garitos de última moda.

Esa situación implica el cierre de variados negocios de temporada que han coronada una buena campaña durante estos meses de sol y playa a cuenta de sus paellas, sus ensaladas, sus gazpachos, sus cazuelas de mariscos y sus tintos de verano. Acaban también muchos certámenes deportivos que tienen su mejor cabida durante los tres meses de buen tiempo, y acaban los ciclos  de música y jolgorio que pusieron banda sonora a las noches mágicas de este periodo cálido  y sugestivo, escenario para pieles morenas y susurros al amparo de la oscuridad mecida por las cercanas olas.

Se ha acabado también la posibilidad de una entente razonable entre las dos fuerzas políticas mayoritarias del panorama español, lo que desgraciadamente implica que se ha acabado también la esperanza de conseguir un marco de convivencia parlamentaria que no necesite del concurso de los partidos nacionalistas para seguir adelante. Algún día, alguien de esta izquierda caviar del siglo XXI, habrá de explicarme por qué y quien ha decidido inclinarse por el lado de la defensa de los nacionalismos independentistas porque ni este estilo de política tiene razón de ser a la vista de los antecedentes, ni los partidos que pregonan el independentismo de ruptura tienen el más mínimo carácter de izquierda. No se me ocurre nada más oscuro y carcamal que la vieja tropa peneuvista amasada en la artesa del carlismo más profundamente conservador y meapilas, y la retrógrada y ultramontana burguesía de la Cataluña finisecular, la del somaten y las huelgas abortadas a pistoletazos.

Pues esa herencia es la que, en connivencia con el sector triunfante del PSOE, va a gobernar el país. Y lo va a trocear, como se ha encargado de predecir Urkullu en el artículo publicado ayer que aboga por convertir la Constitución en un Estado plurinacional. Es decir, “Dios, patria y fueros” como decían los del detente bala y la boina roja cantando el Oriamendi tras el estandarte de la Virgen capitana a la caza de liberales. Pues es lo que toca ahora, doscientos años después.  La que nos espera…

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