Opinión

Las dos reinas

Lo que son las cosas, al tiempo en que los británicos hacen colas de cinco y seis horas discurriendo cariacontecidos y llorosos por la vera del Támesis para tributar el último adiós a su reina fallecida, - decana de las testas coronadas continentales, Isabel II del reino Unido- en España la reina Letizia celebra su cincuenta cumpleaños entre el desinterés generalizado de sus súbditos que ya han resuelto no tenerle apego a casi nada. Ayer mismo, los periódicos isleños se hacían eco de la peregrinación afrontada por muchos famosos en su calidad de ciudadanos de a pie que respetaron la fila y no desearon privilegio alguno paseando bajo la lluvia para presentar su homenaje a la soberana desaparecida como en el caso de David Beckham, cuya foto apareció en las páginas de todos los periódicos, o la ex premier Theresa May, quien también guardó rigurosamente su turno para inclinarse ante el túmulo depositado en el palacio de Westminster.

Aquí, francamente, los asuntos relacionados con la Corona despiertan menos fidelidades, y de hecho una gran parte ni se ha enterad de que la reina Letizia ha cantado el medio siglo. No es por otra parte y salvo que yo esté equivocado, un personaje que despierte grandes entusiasmos, y aunque aquellas primeras manifestaciones de rechazo que    se produjeron en la sociedad española cuando se hizo público su noviazgo se fueron atemperando afortunadamente, no se ha ganado lo que se dice el afecto incondicional de propios y extraños. En referencia a aquella primera etapa, ella era una mujer plebeya, periodista, divorciada e hija de divorciados, con una familia poco convencional y ciertas reminiscencias de percepción equívoca  en su pasado, como aquel inoportuno pintor mejicano que se presentó en Madrid orgulloso de haberla pintado desnuda y reclamando su papel en el festejo, que desapareció sin dejar rastro de la noche a la mañana. Letizia por tanto ha cumplido cincuenta casi en el anonimato, salvo alguna que otra excursión de los periódicos a las entretelas de su carácter cuyas peculiaridades tampoco es que generan flores. La reina mantiene esa sensación de despego aderezado con las especulaciones sobre su perfección enfermiza, su pasión por el ejercicio físico y la cuenta de sus sucesivos retoques estético-quirúrgicos que suscitan morbo pero no arrobo.

Son dos visiones del cetro y el trono muy distintas. Tampoco es que los británicos y nosotros nos parezcamos demasiado.

Te puede interesar