Opinión

Las vacaciones presidenciales

La tradición y también la razón proclaman que con agosto se paraliza el país porque la clase política se va de vacaciones. El Gobierno es el primero que cuelga los problemas en el perchero, cierra la verja y se guarda la llave. Por tanto, el presidente y su señora pasan de las páginas políticas de palpitante actualidad a las de compromiso social, esas en las que las figuras de relevancia en el universo político dejan por un mes las corbatas y los trajes sastre para ponerse la guayabera y el bikini. Y los periodistas abandonan la antipática crítica hacia la función gubernativa para ponerse tiernos y seguir al jefe del Ejecutivo y sus ministros por las residencia que van a acoger a los mandatarios y sus familias durante este mes de ocio y serena meditación al sol en el que se supone van a dedicar una buena parte de la jornada a reflexionar sobre las cuestiones más acuciantes, aquellas que tienen al país patas arriba.

Sospecho que esa suposición es más gratuita que real, y que el presidente del Gobierno y su distinguida esposa están deseando mandarlo todo a paseo y aprovechar su posición ventajosa para que no los moleste nadie.

Reflexionar sobre los diferentes temas que han quedado pendientes ya se hará cuando toque y cuando se inicie el curso político allá para primeros del mes de septiembre. Es evidente que tienen derecho a esas vacaciones como el resto de los seres humanos. Los lugares de descanso ya suscitan más dudas y proponen un anual debate entre los partidarios de que los emplazamientos vacacionales del presidente se hurten de la visión pública y se conviertan en discretos y lujosos refugios secretos en los que el presidente y su mujer disfruten de una paz idílica. Otros sectores estiman que esas situaciones privilegiadas no tienen cabida en una sociedad democrática moderna y que ya va siendo hora de el presidente y los suyos se vayan a veranear donde todo el mundo, a golpe de playa saturada, chiringuito, chanclas, sangría y toalla.

A mí me parece que deberían ser los españoles los que decidieran donde debe veranear el presidente. Al fin y al cabo, son los que pagan sus vacaciones.

Te puede interesar