Opinión

La ley y los legisladores

Dice el presidente polaco que las víctimas de ese cohete que ha caído en una granja de su país y cuya procedencia se dirime en estos momentos, han perecido por dos minutos. Es cierto, y si hubiera caído unos minutos después, los dos agricultores que perdieron la vida en un enclave próximo a la frontera de Ucrania conservarían la vida porque les pilló cuando estaban a punto de retirarse. Se trata de una reflexión dolorosa pero demostrativa de que el límite establecido entre la felicidad y la miseria es una capa tan fina e inconsistente como la del hielo.

El polémico horizonte judicial abierto por la promulgación de la llamada ley “solo si es sí” y las tremendas consecuencias que su articulado facilita, es otro de esos episodios que no tendría por qué haberse producido a poco que los legisladores se hubieran leído los abundantes informes escritos sobre las consecuencias indeseables de su aplicación y la posibilidad de que en lugar de cumplir el fin para el que había sido propuesta van a servir paradójicamente para todo lo contrario. Bastaba con respetar el consejo de los que saben, los expertos en jurisprudencia, los colectivos capaces de emitir una opinión autorizada y con el suficiente conocimiento para que se les haga caso. Tan solo era eso. Lo malo es que nadie atiende a razones y nadie se detiene a calcular los impactos de una decisión si la decisión está mal tomada. Este es el caso y el desastroso resultado que acompaña a quienes se ponen el mundo por montera y se aplican a legislar sin tener la menor idea de la materia y sobre todo y lo que es aún más peor, sin atender a los que saben.

Irene Montero debe dimitir. Y no porque sea de Unidas Podemos o de cualquier otro partido, sino porque no solo ha cometido una pifia monumental fruto de su carencia de preparación y de su imprudencia, sino porque, una vez advertido el desastre, ha tratado de responsabilizar a los demás de sus propios errores. Las palabras dirigidas por una ministra a los colectivos de jueces y fiscales son gravísimas y merecerían sin duda un tratamiento muy severo que no se va a producir precisamente por su condición de miembro del Gobierno. Irene Montero saldrá razonablemente bien parada de este entuerto en función de lo que significa y representa, pero desde el punto de vista moral y profesional es ya un peso muerto. De su fracaso y su incalificable comportamiento puede obtenerse al menos una conclusión positiva. No podemos permitir ni una más de estas irresponsabilidades. Los que pagamos su ineptitud somos los de siempre. Los ciudadanos.

Te puede interesar