Opinión

Llevarse bien

Entre las muchas manipulaciones a las que suelen acudir los políticos cuando quieren disculpar sus propias actitudes, no es la menor aquella que proclama su razón por encima de las de los demás como argumento para no alcanzar acuerdos con administraciones rivales. Ayer, durante mi participación en una tertulia televisiva, los que intervinimos en ella meditamos mucho fuera de cámara sobre este concepto, y llegamos a la conclusión de que es un truco tan viejo y tan pellejo como la propia función política. Se busca convencer al administrado de que es el otro quien no quiere avenirse, esgrimiendo la conclusión de que el rival no quiere y además es bueno que no quiera porque en esas condiciones será perjudicial para el ciudadano.

Todo ello es, en una situación normal y en un país democrático y civilizado como el nuestro, una lamentable mentira. El escenario ideal para el administrado es aquel que debería proponer las diferentes administraciones en armonía por encima de rivalidades políticas e ideologías. Un buen clima de colaboración leal y diálogo franco y abierto entre las distintas instancias que nos rigen –en nuestro caso serían, ordenadas de mayor a menor, administración del Estado, administración autonómica y administración local- es el mejor campo de juego que puede imaginarse, y el más adecuado para garantizar al contribuyente un mejor nivel de vida. Desgraciadamente es más rentable en el campo de la actividad política buscarse un enemigo al que culpar de todos los males propios y ajenos que procurar un ambiente de colaboración y unas relaciones estables entre los diferentes peldaños administrativos. Por eso, los políticos se resisten a llevarse bien y admiten de mala gana un principio de colaboración que debería buscarse como primera medida. Y por eso tratan de engañar a aquellos a los que gobiernan sugiriéndoles que pactar con otros sería inútil e incluso contraproducente. Es sin embargo mentira, y los que nos gobiernan nos mienten y nos manejan a su antojo. Las diferencias políticas, los pensamientos distintos no están reñidos con el respeto, la buena voluntad y la armonía. Otra cosa es que se quiera.

Y no se quiere. No ofrece réditos electorales, no ayuda a ganar y contribuye a la estabilidad lo cual, en muchas ocasiones, resulta contraproducente. Antes era posible. Ahora es completamente imposible.

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