Opinión

La maldición de Hollywood

Aceptando el hecho incuestionable de que con el doblaje de las películas es materialmente imposible calibrar la verdadera enjundia de los actores porque se pierden matices fundamentales para calibrar las bondades de la actuación como la manera de decir, la intensidad del fraseo, la tonalidad de la voz e incluso la fuerza del texto original, yo he de reconocer que nunca he tenido a Robin Williams entre mis favoritos y siempre me ha parecido víctima de una infinita gama de guiños y manías que le hacían insoportable

Los cómicos norteamericanos abusan de la gesticulación –Jim Carrey es un paradigma de este estilo viciado aunque sea en realidad canadiense- y no recuerdo que ninguno de ellos se distinga precisamente por su sobriedad, un fenómeno inexplicable teniendo en cuenta que sus supuestos maestros las actrices y actores británicos se caracterizan precisamente por todo lo contrario.

En el caso de este desventurado comediante, el estado de sobriedad no sólo le resultaba ajeno en su actividad profesional sino en su vida cotidiana. Williams se ha pasado la vida entrando y saliendo de clínicas especializadas, y antes de poner fin a la suya ahorcándose con un cinturón, había vuelto por enésima vez al amparo de una sociedad de alcohólicos anónimos. Todo hace sospechar que, como había ocurrido cientos de veces con anterioridad, tampoco esta vez el intento tuvo éxito.

Este drama y otros tantos anteriores enseña la pezuña negra del lobo por debajo de la puerta y constata la permanente amenaza que parece cernirse en todo tiempo y lugar sobre las figuras más populares y representativas de Hollywood abocadas sin saber muy bien por qué a trastornos depresivos, a la soledad, el azote del alcoholismo, drogodependencias, desesperación y muchas veces suicidio. La muerte de Williams ha vuelto a encender las alarmas que siempre suenan cuando uno de estos ricos y famosos decide quitarse de en medio, y muchas personas sensatas y reflexivas de la meca del cine no se contentan ya con asistir a los funerales y desean averiguar de una vez por todas el motivo último que desencadena tantos y repetidos dramas. Desean institucionalizar ayudas y establecer controles para tratar de paliar una sangría que se ha llevado por delante desde Marylin Monroe a Nathalie Wood, Judy Garland o Phillip Saymour Hoffman por citar ejemplos al azar. Bien harían en darle una pensada.

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