Opinión

La mano de Dios y la del Diablo

Maradona tiene aspecto de ser tan botarate hoy como bueno era como futbolista. Durante los momentos álgidos de su carrera profesional no había otro como él, y mientras en Argentina, un grupo de fanáticos acabó organizando un culto religioso dedicado a su persona, la Humanidad entera se puso de acuerdo para avalar un gol con la mano que le clavó al portero inglés Peter Shilton. Otro cualquiera hubiera sido tachado de tramposo y villano hasta la eternidad pero a Maradona no se le tuvo en cuenta. Aquel gol -atribuido a la mano de Dios por su propio autor en los Mundiales de México en el 86- no fue sin embargo lo peor ni mucho menos de una hoja de servicios profesional en la que abundaron páginas escritas en negativo. La estrella argentina tuvo instantes divinos pero también vivió un final mucho menos respetable del que su fama y su condición de genio hubiesen querido. Yo le vi  a mediados del 92 jugando con el Sevilla en Balaídos y recuerdo muy bien que no me gustó nada aquella especie de función de circo en la que se había convertido su presencia en los terrenos de juego. Para colmo de males, el encuentro fue pródigo en trafulcas en las que el astro participó activamente y al final el Sevilla se llevó el partido en medio de un escándalo descomunal. Aún tuvo tiempo de jugar unos cuantos encuentros con la selección argentina infiltrado, medio cojo y permanentemente venido a las manos con los periodistas.

Maradona no es un sujeto ejemplar. Ni siquiera es simpático ni pretende serlo. Otros grandes en la historia de este deporte se han caracterizado por su calidad humana una vez alcanzado el retiro, pero el pibe fue un pegón toda la vida. Por ejemplo ya maduro, se enzarzó con Verón en un amistoso y le quiso atizar antes de llegar al túnel de vestuarios. Un día agarró un rifle de balines y se dedicó a disparar perdigones contra los comentaristas que hacían guardia en su puerta.

Sigue lo mismo. Faltón, malencarado, grosero, inestable y muy dado a la pendencia, probablemente esconde cosas peores pero eso son sospechas. El Nápoles le llevó a Madrid como embajador del club y la lió parda como es su costumbre. Analizando su trayectoria, se colige fácilmente que no por ser un genio en lo suyo uno es un buen tipo. Diego Armando no está en sus cabales y alguien tendría que convencerle de que se lo hiciera mirar. Sobre todo para que estos excesos que parecen anécdota no acaben en tragedia.

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