Opinión

Manolo el Catedrático y su recuerdo

Permítanme que manifieste mi dolor personal,  desgarrado y profundo, por la pérdida de un futbolista al que atribuyo una influencia directa en la construcción de aquel Real Madrid pujante y divertido que inició una nueva y brillante época tras la clausura del ciclo histórico que representaron los venerados y viejos ídolos que lo ganaban todo como Kopa, Puskas o Di Stéfano. Manolo Velázquez fue el director de una agrupación que se parecía más a una banda de rock and roll que a una orquesta, y de su fútbol exquisito y poético vivió la generación ye-ye merengue cuajada de nombres propios –de Pirri a Zoco, de Santilla a De Felipe, de Grosso a Benito, de Sanchís a Amancio, de Del Bosque a Serena- para recuperar el prestigio y revitalizar una fórmula que había sido mágica en su tiempo pero que necesitaba renovación completa.
Como todos los genios, Manolo Velázquez era un jugador que inspiraba profunda controversia.

En la grada los había que se entregaban a él como si fueran sus apóstoles y los que no le perdonaban  una a su estilo que parecía desarrollar sin esfuerzo. Los había pues partidarios de la presencia y el despliegue físico que adoraban a Pirri y los stajanovistas, y los había admiradores de la templanza y el talento, y entonces apostaban por Velázquez, el “catedrático” también llamado el “cerebro”, el jugador que sabía tratar los espacios, filtraba los balones, intuía las líneas de pase y encontraba los huecos por muy ocultos que estuvieran. Manolo era en efecto un futbolista único que dibujaba los envíos, que pensaba más y mucho antes que los demás, y que hacía buenos incluso a los que tenían por pierna un bate de béisbol. Yo le seguí muy de cerca porque entonces escribía de fútbol y le veía todos los partidos de casa y algunos de fuera, y fui también de los que se rindió con carácter incondicional a su forma personal, intransferible y genial de entender este asunto de pelotas que pocas veces ha tenido un intérprete tan exquisito y tan bueno. Créanme si les digo que Manolo Velázquez fue un maestro.

Un maestro y una gran persona. Le conocí personalmente una vez retirado, tras jugar sus años finales en Toronto, y sé que nunca más quiso implicarse en el fútbol aunque fuera un madridista de libro de esos que a los del Madrid nos sirven de perpetuo ejemplo. Divertido, elegante, mordaz, comprometido y sereno, era toda una personalidad. Menos mal que nos quedará su recuerdo.

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