Opinión

Las matanzas de serie

Ese inmenso país que son los Estados Unidos no tiene respuestas para modificar sus propias leyes

El aterrador relato de los sucesos ocurridos en un colegio de Texas y que concluyó con la muerte de trece niños y dos profesores, asesinados por un demente ex alumno del centro que entró en sus dependencias armado con un rifle y disparando a todo lo que se le cruzaba en el camino, es un relato que estremece pero que, desgraciadamente, no es aislado. Los espectadores europeos accedemos patidifusos de pocos en pocos meses a situaciones cortadas por el mismo patrón que nos evocan a otras anteriores y estas a su vez a otras escenificadas con anterioridad, cuyas pautas de comportamiento coinciden en todas sus facetas. Un sujeto perturbado por distintas causas –el asesino era en esta ocasión un muchacho tímido y silencioso que en su etapa de escolar había sufrido el acoso de sus compañeros- aparece a cuerpo descubierto, y sin que nadie lo detecte en un campus escolar o universitario empuñando un arma de fuego por lo general de grueso calibre y, sin mediar otra explicación, abre fuego sobre todo aquello que se le pone delante y deja tras de sí una carnicería. El episodio suele acabar con la  muerte del agresor. Bien es abatido por las fuerzas policiales que se personan en el lugar cuando la matanza ya es un hecho, o bien se dispara a sí mismo tras coronar los hechos.

Las consecuencias de estos sangrientos acontecimientos también observan características similares. La opinión pública estadounidense despierta brevemente de su letargo y clama estremecida por la adopción de medidas jurídicas y políticas para evitar nuevos baños de sangre. Ayer se hacía viral la intervención de Steve Kerr, el entrenador de los Warriors, cuyo padre murió tiroteado cuando impartía una clase y cuyo alegato, con lágrimas en los ojos, ha dado la vuelta al mundo. Desgraciadamente todas estas reacciones son en vano porque, pasados los primeros momentos de conmoción, todo continúa igual. Ese inmenso país que son los Estados Unidos no tiene respuestas para modificar sus propias leyes a pesar de la supuesta facilidad que propone el sistema de enmiendas constitucionales. Pero además es que no quiere penar la tenencia indiscriminada de armas de fuego. Es un país en el que se cometen quince mil asesinatos y se suicidan siete mil personas anuales, la mayor parte por disparos. Y sin embargo, no renuncia a esa prerrogativa porque está no solo protegida por sus leyes sino arraigada en su ADN. Es decir, la mayoría lo considera un derecho y no una aberración.

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