Opinión

La memoria y el recuerdo

Tengo entre mis lecturas favoritas “La venganza de Don mendo”, una pieza cómica para ser representada que el escritor gaditano Pedro Muñoz Seca estrenó en Madrid en 1918 ante un público entregado que se retorcía de risa en sus asientos durante la representación de una obra que ha aguantado muy buenamente el paso de los años y de la que me conozco pasajes enteros de memoria. La he visto representada varias veces, ayer la pasé otra vez de archivo y, a pesar de que la conozco, cuanto más la veo y oigo más me descojono (con perdón).

Muñoz Seca era un tipo muy afectuoso y simpático, de sonrisa permanente y humor a prueba de bombas que tuvo ocurrencias y chistes incluso en los momentos previos a ser asesinado, junto con un ciento más de presos políticos, en la localidad de Paracuellos del Jarama. A Muñoz Seca le detuvo un pelotón anarquista en Barcelona donde asistía al estreno de la que sería su última obra, fue remitido a Madrid, encarcelado por monárquico y católico en la prisión sita en el antiguo convento de San Antón, y fusilado en una de las sacas de cuya responsabilidad se acusa permanentemente a Santiago Carrillo aunque él se pasó media vida tratando de quitarse -sin mucho éxito que conste- aquel tremendo muerto de encima.

El comediógrafo andaluz es el equivalente en extrema vileza al caso de otro andaluz universal, Federico García Lorca, asesinado al borde de una cuneta por voluntarios fascistas sin que exista, como en el caso anterior, acusación ni situación alguna que merezca no ya el pelotón sino siquiera ser encarcelado. Ambos representan todo el oprobio, la indignidad, la bestialidad y la completa desvergüenza que sugiere una guerra fratricida como la nuestra. Una guerra feroz y vengativa en la que los casos atroces de Muñoz Seca y Federico se repiten para bochorno y humillación de un país entero. Carmena quiere erigir en Madrid un monumento al soldado republicano. Tengo para mí que ya está bien de liarla sin motivo, y que ochenta años después de declararse, más vale que o bien la estudiemos con estricta neutralidad o la dejemos quieta.

El mejor modo de amar a ambas víctimas inocentes de este aberrante despropósito es leerlos. Por mi parte ahí estoy, con “La venganza de don Mendo” y con “Yerma”, dos obras maestras.

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