Opinión

El miedo a los extremos

A mí hay cuatro o cinco cosas que me producen miedo de verdad, un miedo cerval y desesperado que me corre por la espina dorsal como el cable de una lámpara. Y uno de mis temores más profundos me los producen los extremismos, que me aterran y me quitan el sueño vengan de donde vengan. Son actividades excéntricas y separadas de los circuitos naturales que se retroalimentan de su singularidad y se agravan paulatinamente en respuesta a ese crecimiento incontrolable simplemente porque no atienden a razones. Vivimos tiempos duros, crisis permanentes y mucha incertidumbre, un escenario que abona a cada paso el terreno a los extremos, que son igualmente irracionales a la derecha que a la izquierda y a los que hay que enfrentarse y aplicar con firmeza y decisión el peso de una ley y los mandatos de una democracia cuyos mecanismos son bastantes para combatirlos y de los que un estado de Derecho no puede abjurar y mucho menos avergonzarse.

Como este país nuestro es muy dado a los excesos, la sociedad sensata, ilustrada y sincera es cada cierto tiempo pasto de arrebatos instrumentados por la ultraderecha o la ultraizquierda. Desactivada la ultraderecha que es hoy un residuo apenas testimonial, quien agrede ahora al colectivo, atenta contra sus instituciones, amenaza y chantajea es la ultraizquierda, tan peligrosa como su fraternal colega de extorsión y caos del otro extremo. Estamos ante una peligrosísima escalada que hay que analizar y estimar en su trascendencia porque aquí tenemos todos -por cautela o irresponsabilidad- una manía de trivializarlo todo que acojona hasta que el proceso se arraiga, saca pecho y bola y se pone grave. Es entonces cuando alguien se da cuenta que ha convertido por error en anécdota lo que nunca debió ser tratado como tal, y es entonces cuando no hay remedio.

Las fracciones más salvajes de un movimiento marginal adiestrado, adoctrinado y con mucho rodaje, están apareciendo en escenarios en los que no tendría por qué prender la violencia. Las guerrillas urbanas aprovechan el amparo de legítimas concentraciones de protesta, y se aprovechan para entregarse a la destrucción sistemática y estratégica, un proceso que terminará cobrándose un muerto seguramente entre las Fuerzas de Orden Público que son las que soportan este creciente espiral de irracionalidad y vergüenza. Y luego vendrá la tragedia.

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