Le ha pasado a mucha gente. A mí también me sorprendió la reacción del ministro Morenés ante el planteamiento en la Cámara del caso de la comandante Zaida Cantera cuyo comportamiento ha sido, por otra parte, ejemplar y de un exquisito respeto hacia la autoridad del ministro cuya respuesta en sede parlamentaria simplemente se me antojó de una falta de sensibilidad y tacto rotundamente impresentable. Tenía yo otro concepto de un hombre serio y discreto que parecía haber atemperado las muchas aristas de la cartera de Defensa y al que algo debió traicionarle, porque el tono arisco de su respuesta, sus desbocados ademanes, su rictus antipático y faltón y ese dedo en la boca para mandar callar a la diputada de UPyD que le puso sobre el tapate el tema, me mostraron el lado más oscuro de un personaje de quien no me imaginaba ese tipo de reacciones aunque luego haya querido templar gaitas con explicaciones posteriores que no borran su primera y desoladora imagen.
Morenés sabe que casos como el que afecta y ha tronchado la brillante trayectoria de la comandante Cantera se producen hoy en día en las Fuerzas Armadas y es obligación de él y de su departamento investigar en profundidad estos supuestos. Y sobre todo, y por encima de todo, es su obligación otorgar respaldo y consuelo a las víctimas de estas prácticas detestables. La propia cultural militar y estructura de mando en forma de pirámide fomentan necesariamente un ámbito en el que el machismo está agazapado y se manifiesta en las formas más desagradables. La comandante Zaida Cantera necesitaba más la solidaridad del ministro ante un caso de vejación juzgado y condenado que esos además de cabo furriel que Morenés exhibió desde su asiento en el banco azul.
Es algo que no puede disculparse pero que yo personalmente ni siquiera entiendo. Porque pudiendo haber quedado muy bien ante todo el mundo, quedó fatal y le hizo un flaco favor a su partido y al Gobierno del que forma parte. Era tan sencillo entender al débil y ponerse de su parte…
