Opinión

Mister Lee, le querré siempre

Un entrañable amigo, embajador con una larga carrera en la práctica diplomática, me contaba con buen humor que uno de los momentos dignos de recordar en su vida ocurrió cuando, asistiendo a una exclusiva recepción en la embajada española en Londres, conoció a una joven adorable a la que invitó a acompañar a su casa. Ella se lo agradeció profundamente pero respondió a su vez que vendría a recogerla su padre. Al final de la velada en efecto, el padre se acercó a recogerla y en el umbral de la puerta se reflejó la impresionante figura del actor Christopher Lee vistiendo, con la tradicional elegancia que le distinguió siempre, sus casi dos metros de estatura.

Lee, hijo de un coronel de los Reales Fusileros y una condesa de origen italiano, exquisito, políglota y piloto de la RAF aplicado como agente de la Inteligencia británica durante el gran conflicto, fue también el Drácula por excelencia de la productora Hammer y convirtió, junto a su fraternal amigo Peter Cusing, el victoriano director Terence Fisher y el genial jefe de fotografía Freddie Francis, una producción de bajo coste destinada a serie B en una deslumbrante colección de obras de arte. Solo por eso, y por el enorme respeto que, desde la humildad y el conocimiento puso con singular acierto a contribución de la inmortal criatura de Stoker, merece un agradecimiento limitado por parte de todos los admiradores del personaje y su autor.

Nadie, absolutamente nadie ha configurado un Drácula tan soberbio, magnético, distinguido, atractivo y noble. Nadie ha cuidado tanto una creación tan compleja como la del sombrío conde vampiro –asistiendo especialmente a tratamientos posteriores que a uno le dejan sin resuello- y le ha dotado de tantos y tan exquisitos toques personales. Se nos ha ido uno de los verdaderamente grandes.

Y con un excelente sentido británico del humor. Se contaba ayer en alguna de las secciones que recreaban sus propios testimonios que, trabajando en España, rodaron unas escenas en el Club de Golf de Marbella. Lee, sin desmaquillarse, con la camisa hecha girones, lleno de pústulas, costurones y sangre por todas partes se acercó a la casa club a tomar una copa. “Ese hoyo 16 –le dijo al barman en español- es un verdadero hijo de puta” y se bebió sonriendo su gin tonic.

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