Opinión

Los misterios del verano

Cuando llegan estos calores y se perfila el verano y el descanso que próximo en tan jubilosa y atrayente temporada, las calles de las ciudades se llenan de mujeres maravillosas, de lo que se infiere que la belleza, el garbo y el tronío no son únicamente patrimonio de las estrellas del cine, de la tele, la cosa social o la moda que se disputan espacio en las páginas de las revistas cardiacas, sino gloriosas atribuciones de anónimas damas de todos los colores y edades a las que no les hace falta la fama ni la permanente presencia en estos escaparates para deslumbrar sin proponérselo a cualquiera que se cruzan en el camino sea de la condición que sea, mírenme a mí que fui mocito de buena presencia y ahora estoy ya en el camino directo de convertirme en cataplasma.

A esta edad que yo tengo y tras lo mucho vivido hasta llegar hasta aquí, todavía me maravillo del fenómeno por el que una mujer que pasa por completo desapercibida entre las nieblas invernales se convierte en lo que se convierte una vez se asienta el sol en el firmamento. Y no tomen esta reflexión como un alegato machista porque no lo es en absoluto. Es el puro y simple reconocimiento a un fenómeno viejo como el mundo y tan hermoso de contemplar como justo es que reciba en sí mismo infinitas bendiciones.

La esencia misma de la metamorfosis es seguramente a estas alturas de la película lo que más atención me llama porque la contemplación del soberano atractivo en mi caso se practica ya con el mismo espíritu con el que se contempla un Velásquez. Es decir, admirando la belleza y hasta aquí hemos llegado. Pero el fenómeno es el fenómeno, y uno no puede sustraerse al condenado misterio que en él se encierra y que, como repito para que no me tomen por un burdo macho man en decadencia, tira de la curiosidad porque es patrimonio de todas las edades de la Humanidad y todas las civilizaciones.

Y mientras trato de penetrar en este misterio que distinguió tanto a las damas del renacimiento como a las del periodo rococó o a las lánguidas románticas decimonónicas, me doy un paseo por Vigo para comprobar que ya está el fenómeno en plenitud a estas alturas de año. Como he ido a pagar una multa, alguna alegría hay que meterle al cuerpo para aligerar el trance.

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