Opinión

El monstruo de al lado

Escribir comentarios de opinión y sesudos editoriales sobre la violencia machista sospecho que no sirve para nada porque algo se ha escrito ya y ha surtido un efecto muy relativo. Combatir esta aberración que ennegrece y denigra la condición masculina es una tarea que compete a todos y cada uno de los compartimentos sociales, y si bien hacerlo en compañía de un amplio abanico de juicios y reflexiones sobre el hecho estoy seguro que no estorba, tampoco estoy convencido de que consiga  modificar un escenario siniestro que es necesario sellar definitivamente utilizando para ello los instrumentos que nos otorga un estado de Derecho, desde el uso de las aulas y los centros de aprendizaje para explorar los beneficios de una sana educación hasta la imprescindible y contundente acción de la Justicia.

Personalmente  tengo la certeza de que somos un pueblo en general cerril e ineducado, falto de respeto y no especialmente distinguido por nuestra sensibilidad y nuestras buenas costumbres, pero contra todas esas carencias –que las hay desgraciadamente, nos estigmatizan y nos distinguen- existen leyes que se encargan de aplicar los que tienen que hacerlo es decir, los tribunales de Justicia.

Ellos tienen mucha palabra en esto y sus responsables deben activarse y dictar sentencias justas y acordes con lo  que está ocurriendo. Todavía, para nuestra vergüenza de hombres directos responsables de este horror inaceptable y brutal a estas alturas del devenir humano, aún encontramos sentencias que tienen en cuenta la vestimenta de la mujer, sus gestos y sus sonrisas en los momentos previos a ser violadas, apaleadas, heridas o muertas.

La dialéctica es necesaria, la palabra siempre es noble pero cuando los diputados en las Cortes de 1872 le preguntaron al recién elegido presidente de la I República Emilio Castelar qué era necesario para otorgarle continuidad al sistema, el docto catedrático respondió: “señorías, para mantener como ustedes desean viva la República lo que me va a hacer falta son muchos jueces y mucha policía”. Pues sospecho que aquí debería pasar lo mismo.
 

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