Opinión

Morir en el mar

Debería afilar la pluma en favor de esos miles de desafortunados que se dejan la vida en aguas del Mediterráneo porque su desesperación cotidiana es más difícil de afrontar que la misma muerte, pero honestamente he de decirles que no se me ocurre nada. Nada que no esté dicho ya ni que no esté denunciado por otros foros mucho más autorizados que esta veterana columna que uno escribe cada día tratando de aportar unas gotas de humor de andar por casa a las inclemencias de la vida, como hacía mi maestro en estas lides del escribir castizo, suavemente crítico y siempre bien intencionado que era don Ramón Mesonero Romanos al que Dios bendiga repetidas veces y cuya lectura recomiendo vivamente como muy bien supo desde siempre Julio Camba, otro de los grandes columnistas que ha dado el periodismo para mayor gloria del género humano.

Ambos estarían a estas horas estremecidos y sin saber por dónde tirar en el análisis de esta visión escalofriante de dos mundos tan desequilibrados como seguramente nunca lo estuvieron, a los que unen unas brazas de aguas que engullen vidas sin tregua y separan todo lo demás.

Nadie ha sabido entender nunca el África negra o más bien habría que decir que todos la han entendido demasiado. Británicos, holandeses, alemanes, belgas, franceses, españoles, estadounidenses e italianos han plantado allí sus estandartes para llevárselo crudo, explotar a sus resignados pobladores, nutrirse de sus inagotables recursos naturales y mantenerlos en su rentable condición de esclavos, engordando a sus señores de la guerra, promoviendo matanzas y exterminio y poniéndolo todo perdido de corrupción y sangre durante siglos.

Por eso digo que ante el desolador espectáculo de las pateras atiborradas de seres humanos que se ponen en las manos de las mafias más abyectas porque prefieren morir en la mar que seguir viviendo en condiciones infrahumanas, a mí francamente no se me ocurre qué más decir y no sé ni siquiera si mi conciencia está en condiciones o yo estoy convenientemente investido de la autoridad suficiente para exigir a los gobiernos de los países ricos que hagan algo más que recibir los restos de cada naufragio. Yo debería cerrar el pico por cómplice de este horror diario.

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