Opinión

Las mujeres ejemplares

Hace unos días asistía a través de la pantalla de la televisión al caso ejemplar de una mujer de Albacete a la que se le diagnosticó un Parkinson a los 41 años y a la que los médicos otorgaron muy pocas esperanzas de sobrevivir al inexorable paso de una enfermedad que condena a quien la padece a la soledad, el olvido y las tinieblas. María José, que así se llama esta anónima heroína, se está planteando en estos momentos como reto inmediato tirarse en paracaídas. Ha participado en pruebas de bicicleta, practica el boxeo como ejercicio terapéutico, corre todas las mañanas, se arregla y se pone guapa ante el espejo, sale a la calle con sus tacones y una sonrisa que contagia a los demás, ayuda a sus semejantes, es amable, optimista y solidaria. Con un esfuerzo continuado y sin tregua ha obtenido calidad en una vida que es prácticamente normal, quiere a sus vecinos y sus vecinos la quieren a ella con toda su alma. No es para menos.

María José ha dicho tres cosas en el programa de un valor irrefutable. Que no tiene ningún reparo en mostrar sus deficiencias no solo entre su familia y sus amigos sino en todo momento y nunca se esconde, que acude todos los días a los centros de rehabilitación, gimnasio, logopedia, psicología y reactivación de memoria que le han recetado junto con sus medicinas, y que adora la música y cuenta con ella como la mejor de las ayudas para conservar el ánimo. Es su más efectiva terapia. Yo que soy muy músico en mis cosas y que me arrepentiré siempre de no haberla estudiado y no saber más de lo poco que sé y que he podido conseguir a base de relativo buen oído y gramática parda, entiendo muy bien a Maria José porque yo también tengo la música –de cualquier signo porque la música es o buena o mala sin más- como una incomparable tabla de salvación a la que me aboné de muy joven y a la que he seguido fiel aunque sea un analfabeto práctico en su comprensión técnica. Pero es esto, como en casi todo, el sentimiento suple muchas carencias y eso es lo que a mí me pasa.

Que estemos emperrados en polémicas del tres al cuarto y olvidemos a los anónimos constructores de la esperanza como esta espléndida mujer, no tiene disculpa.

Te puede interesar