Opinión

Los niños

Hay, o quizá nos obligamos a creer que debería haberlo, un antes y un después de esa foto de un niño muerto en brazos de un policía turco cuyo rostro comprensiblemente es un poema. Iban hacia Canadá con su madre a reunirse con su padre que había conseguido llegar con antelación a Vancouver y la madre y los dos niños murieron cuando la precaria embarcación en la que viajaban zozobró en las costas de Turquía. Su historia, seguida paso a paso por un diario canadiense, es tan escalofriante y tan hondamente triste que nadie que no tenga el corazón de plomo puede permanecer impasible ante tanta desgracia.

La familia vivía en Kobane, una ciudad kurdo-siria al que el Estado Islámico puso cerco hace unos meses y obligó a que 200.000 vecinos huyeran aterrorizados y prefirieran caer en la carretera a quedarse en aquella plaza y morir degollados, decapitados, colgados o abrasados con gasolina como acostumbra a hacer esa horda salvaje y asesina que ha puesto en fuga hacia un lugar en occidente a millones de desventurados.

Esos niños inertes cuya sola vista desgarra el corazón han quitado la venda a los fríos europeos de allá arriba y les han aconsejado que hagan algo porque más de dos mil personas salen diariamente desde asentamientos turcos con destino a Grecia aunque Grecia o Hungría, no sean otra cosa para esta multitud desesperada que un trampolín en el que apoyarse que un punto de partida para llegar a Alemania o Austria que para ellos representan algo así como el paraíso por ganar porque nunca para ellos ha sido perdido.
Sospecho que estos movimientos migratorios que no tienen parangón desde la II Guerra Mundial están destinados a cambiar el reparto de la tierra y que por tanto asistimos a los comienzos de un fenómeno que marcará el futuro.

Desde sus ancestros, la historia de la Humanidad se ha jalonado de pocos pero escogidos sucesos capaces de cambiar el rumbo de la vida y este drama sobrecogedor que está desfilando ante nuestros ojos es uno de ellos. La muerte de estas criaturas no es la primera que se produce ni será la última pero es la más vívida y la que estalla en los ojos y nos deja ciegos. O queremos estar ciegos que es otra cosa.

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