Opinión

Nunca digas nunca jamás

Los resultados que se han producido en el referéndum por la permanencia o el abandono del Unión Europea convocado en el Reno Unido resuelto con la victoria de los partidarios de irse,  han sorprendido incluso a los propios votantes. De hecho casi dos millones de ellos solicitaban al Parlamento su revocación un día después de la victoria del Brexit y las crónicas nos dan cuenta de un Londres desolado y hundido por el peso de esta decisión de trascendencia aún no suficientemente calibrada y de efectos demoledores en todos los aspectos.

La ruptura opera cambios profundos no solo en los aspectos  estrictamente económicos y financieros del país sino en los casi intangibles del estado anímico. Ayer una ilustración de la prensa nacional firmada por los estupendos Gallego y Nacho nos mostraba a los Beatles cruzando el famoso paso de cebra de Abbey Road que, en lugar de acabar en el otro lado de la acera, acaba en un precipicio.

Sin embargo, y aún desconociendo el ordenamiento jurídico británico, sospecho que esto no tiene vuelta de hoja por muy dramático que  este resultado aparezca para un amplio sector de la población de las islas. Las urnas han dictaminado que Escocia e Irlanda del Norte apostaron en masa por la permanencia y que Inglaterra y Gales se inclinaron por la salida, lo que implica para el país un terrible problema y la escenificación de un panorama en el que  una mitad de la confederación de territorios que conforman el Reino Unido está enfrentado a la otra media. Los escoceses, que no desean en absoluto abandonar la Unión, ya han manifestado su deseo de promover un nuevo referéndum de independencia. Si los ingleses se quieren marchar ellos no lo desea y por tanto, no quieren participar de este gravísimo retroceso.

El problema de las consultas electorales legales –las catalanas no lo fueron y acabaron convertidas en una mala caricatura de las de verdad- es que no admiten otra interpretación que la que dictan las urnas y no parece posible que se pueda apelar a un argumento que consiga anular esta consulta que decidió promulgar Cameron y que Cameron mismo ha sufrido porque le cuesta su dimisión y su carrera política. Si bien en las novelas del 007 se vislumbra eso de “Nunca digas nunca jamás”, eso es cosa de la ficción. La verdad es otra y es más dura.

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