Opinión

De una orilla y de otra

Mientras en España las encuestas domésticas pronostican la irrupción de Podemos a pesar de algunos pecados que van saliendo a la superficie y que, junto con las dudas que platea su propio discurso político y su agresiva manera de expresarlas, van atemperando la fuerza en principio incontenible de su llegada, las encuestas en Francia ya otorgan el primer puesto en la escala de preferencias políticas al Frente Nacional. Un sondeo del diario “Le Figaro” anuncia que el partido de Mary Le Pen sería el partido más votado en la primera ronda de las elecciones municipales que van a celebrarse en marzo. Una tenencia que también asoma en el Reino Unido y que, para mayor escalofrío, se detecta también en los países nórdicos y en Alemania. Se trata por tanto de un fenómeno compartido aunque de diferente modo interpretado. Una pérdida de confianza cada vez más insistente en los partidos tradicionales, el creciente convencimiento de que las fórmulas hasta el momento vigentes ya no sirven para nada, y la búsqueda de alternativas en otras canteras políticas no convencionales, en las que se imponen discursos extremos, utopías en sentidos divergentes y populismo desenfrenado. El electorado español como ya ha demostrado el griego, parece otorgar cancha a una acción de izquierda radical y teórica con base universitaria e inspiración chavista, mientras los franceses se han fijado en un partido ultra conservador, de marcado carácter nacional y aromas xenófobos al otro lado justo del fiel de la balanza.


El pronóstico no es bueno en ninguno de los dos casos porque en ambas situaciones la pretensión es cambiar un escenario que no gusta por unas opciones que prometen demolición de los esquemas gastados por la vía rápida. Lo hacen garantizando enmendar la vida disoluta del país al que pertenecen y las leyes que resultan menos agradables aunque cada uno lo haga desde una orilla y las promesas sean fruto de un proceso teórico y no de uno práctico. Los extremos no suelen aportar las soluciones más sensatas. Y si es verdad que esto necesita un cambio, verdad es también que ni la derecha más roqueña ni la izquierda más extrema van a hacerlo por la vía más conciliadora y sensata.

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