Opinión

El país que nos espera

La oferta formulada en vacío por Alberto Núñez Feijóo a Pedro Sánchez en el curso del encuentro que han mantenido ayer por la mañana los líderes políticos más votados no tiene mal aspecto e incluso yo diría que es respetuosa y sensata a pesar de que el representante socialista no ha querido ni tenerla en cuenta. Sánchez no quiere saber nada de cesiones y concordias para estabilizar el poder y equilibrar la vida parlamentaria. Él está convencido de que podrá gobernar con la amalgama de partidos que le van a prestar los votos, y sospecha que si cede  a las pretensiones de su rival, no solo perderá sus opciones de repetir en el gobierno sino que aceptar la propuesta del representante popular es algo parecido a aceptar su derrota.

Derrota ha sido, para qué engañarnos. Sánchez ha perdido las elecciones y por primera vez en toda la historia del parlamentarismo español en siglo y pico de existencia, cabe la posibilidad de que la lista más votada no acabe gobernando, aunque es verdad que Feijóo se ha quedado muy por  debajo de sus expectativas y Sánchez ha conseguido aguantar y ha crecido con respecto a comicios anteriores.

El problema para el país –que no para Sánchez al que en comparación con su propia exigencia el país le importa muy poco- es que el escenario político que va a recibir a Sánchez no es precisamente un escenario capaz de atemperar los ánimos. Sánchez no tendrá –ni seguramente querrá tener- otra posibilidad que ceder ante todas las exigencias que van a proponerle uno tras otros todos los partidos que necesita para conseguir los apoyos que son muchos porque la investidura del futuro presidente necesita  de una treintena de formaciones para redondear los números que le permitan seguir en Moncloa. Ello implica la configuración de una amnistía que se salta todos los principios de constitucionalidad posibles y que llevará consigo un nuevo tratamiento fiscal a medida, la condonación de una deuda monstruosa y, con práctica seguridad, la celebración de un cierto proceso de referéndum que será difuminado con denominaciones capaces de saltarse los preceptos y que acabaran por imponer una independencia encubierta. En pocos años Cataluña será independiente y a ella le seguirán otras nacionalidades que también impondrán la suya.

Esto es lo que nos espera  y no hay que darle otras vueltas. Si este es el país que queremos, vayamos adelante. Cuanto antes se resuelva este desastre, antes sabremos por dónde nos va a amenazar el futuro.  

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