Opinión

La palabra milenaria

Una popular canción compuesta por Peter Seeger a finales de la década de los cincuenta y gloriosamente rescatada por la banda los “Byrds” –a la que por cierto adoro sin reservas- utiliza versos del Eclesiastés para construir su letra, en la que se repasan los múltiples estados emocionales del ser humano y su expresión en cada instante de la vida mientras para todos nosotros el mundo sigue girando: “Todas las cosas tienen su momento –dice aproximadamente su letra traducida- y para cada propósito hay un tiempo bajo la capa del cielo. Hay un tiempo para nacer, otro para morir, hay un tiempo para plantar y otro para recoger. Hay un tiempo para matar y otro para curar. Y un tiempo para la risa y otro para el llanto”. La prueba más evidente de que el mundo gira y el devenir humano está sembrado de instantes que promueven y aceptan todos los grados del comportamiento, es precisamente la vigencia de los conceptos que se reflejan en su lírica. El Eclesiastés es la traducción griega de un texto judío incluido en la Tora, que los cristianos pueden encontrar como parte del Antiguo Testamento, lo que le otorga una antigüedad superior a veinte siglos, aunque nadie sabe en verdad de qué pasaje de la Historia procede. Lo que sí puede aseverarse sin temor a duda es que las enseñanzas que de esos versos se derivan están en plena vigencia y han resistido sin menoscabo de su lógica aplastante a pesar de los días trascurridos. Y que cuando los “Byrds” de Roger McGuinn y David Crosby en el San Francisco psicodélico de los años sesenta del pasado siglo lo adoptaron al folk-rock con indudable éxito, estaban cantando sentencias igualmente válidas tanto para aquel periodo ahumado y creativo del haz el amor y no la guerra, como para las de los pastores de Judea dos mil años antes. La desertización ética e intelectual que nos persigue en este primer tercio del nuevo milenio, nos obliga a muchos alarmados por esta singular y oscura tragedia que nos devora en silencio, a volver la vista atrás y tratar de extraer cordura y sabiduría de los tiempos más pretéritos. Por ejemplo, de este texto milenario que puso a pensar lustros después, a una generación de jóvenes que escogieron plantar semillas de amapola en lugar de echarse el macuto a la espalda y marchar a Vietnam a pegar tiros. “Hay un tiempo para amar y otro para odiar. Y hay un tiempo para la paz, y juro que aún no es tarde para ello”. Así acabó la canción. Pues eso.

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