Opinión

La pareja de concursantes

El comportamiento de dos participantes en un concurso de televisión, incapaces ambos de identificar un hecho histórico de la trascendencia de la Guerra Civil tras un turno de más de una docena de pistas a cual más explicitas referidas al conflicto, ha tomado por asalto las redes sociales. Los concursantes, ambos varones y ambos muy jóvenes, se mostraron incapaces de descubrir el suceso a pesar de que las ayudas eran tan palmarias que hacían referencia al nombre de los dos bandos contendientes, los personajes que tomaron parte en la confrontación de Franco a Pasionaria, o los años de su transcurso. El presentador  no daba crédito a lo  que ocurría y los espectadores  asistían sorprendidos y francamente incómodos a aquella lección de mayúsculo desconocimiento.

La filmación completa de este vergonzoso incidente está colgada en todos los soportes magnéticos posibles. Cualquiera que lo desee puede contemplarlo y  estremecerse. Lo más trágico de todo ello es que la mayor parte de aquellos que tan acertadamente manejan los aparatos que permiten ver la secuencia son tan ignorantes en materia de pensamiento como los propios concursantes, y a todos ellos les hace mucha gracia la situación sin angustiarse. Sus habilidades les permiten manipular cualquier dispositivo de audio y vídeo posible pero ninguno de ellos las emplea para huir de la incultura. Para conocer y formarse. Y eso estremece.

El episodio del concurso de televisión y los dos bárbaros haciendo el ridículo debería  constituir razón suficiente para convocar un pleno de la Cámara y someter a debate con urgencia nuestro sistema educativo, pero no ha pasado de tratarse como una divertida anécdota que no plantea problemas de conciencia ni incita a una profunda reflexión ni siquiera a a los más jóvenes. De hecho, una posterior encuesta filmada demuestra no solo el absoluto desconocimiento sobre cultura general que albergan el público juvenil sino lo que es peor, su completa despreocupación  al respecto. “¿Dónde está el astrágalo?” preguntaba el encuestador callejero, “y yo que sé, en el culo” respondían entre carcajadas los encuestados. Ninguno de ellos supo decir quién era el inventor de la penicilina ni el nombre completo del pintor Goya. Algo no funciona y cuando estalle nos vamos a acordar todos.
 

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