Opinión

La piedad como una de las bellas artes

Es habitual que en general el público se incline por el supuesto más débil y eso es seguramente lo que ha terminado matando al Atlético de Madrid con parada y fonda en esta final de Milán aunque esta situación absurda se ha ido gestando durante años. Sentir piedad por el perdedor sobre todo si se ha quedado a dos brazadas de la orilla es comprensible e incluso lícito, aunque si yo fuera del Atlético estaría hasta la coronilla de la fábula de David y Goliat y otros tópicos recurrentes que genera el equipo colchonero y que sus seguidores se han empeñado en fomentar hasta la extenuación para disculpar lo que cada vez es menos disculpable. La voz ronca de Sabina entonando la recurrente balada del infortunado -el equipo de sus entretelas que es más hermoso y admirable en la derrota que en la victoria- es poéticamente un alegato enternecedor pero la legión de seguidores, algunos muy populares y otros completamente anónimos, que llevan tragando años con esta cantinela absurda y complaciente necesita desembarazarse con urgencia de estos supuestos para no perecer definitivamente víctima de una depresión cronificada que hace del Atlético de Madrid un equipo muy simpático pero incapacitado para instalarse definitivamente en el panorama internacional.

Por otra parte, ni siquiera sé si este masivo arranque de compasión por el vencido es justo y permítanme que tenga mis dudas al respecto. No es despreciable que uno se acuerde del derrotado ni sienta por él una velada simpatía, pero el hecho es que uno ha ganado y el otro ha sido derrotado. Y el que ha perdido lleva repitiendo la suerte en las tres finales que ha jugado así que a lo mejor sobra tanto mirarse el ombligo y falta autocrítica, un ejercicio muy sano que paradójicamente solo ha sabido aplicar su entrenador Diego Simeone. Me gustaría saber por otra parte, cómo hubiera reaccionado la opinión pública si la situación hubiera sido la contraria y hubiera sido el Madrid el que se hubiera quedado con las ganas. Estoy completamente convencido de que contados seguidores atléticos se habría mostrado dispuesto a consolar a un madridista por muy desesperado que le encontraran. Así que, que la emoción no nos embargue hasta el punto de producir ceguera. Y las cosas son así. Mientras la afición atlética está untándose las heridas con desinfectante, la del Madrid, en la ceremonia de celebración, ya está pidiendo la Copa número doce.

Te puede interesar