Opinión

Pinceladas históricas

En agosto y con un elevado tanto por ciento de españoles de vacaciones, los periódicos suelen echar la vista atrás y crear secciones en las que se recuerda el pasado. Las hay que cuentan cómo llegó a Galicia el ferrocarril, que pasó aquella noche de bohemia en la que el periodista Manuel Bueno le atizó un bastonazo a Valle Inclán, el gemelo de su camisa le hirió en la muñeca provocándole una herida que se gangrenó y le costó el brazo izquierdo, o quien era en realidad don Guzmán el Bueno. -o don Good Man que a lo mejor era por eso- y cómo inspiró a Moscardó para que ambos entregaran a sus hijos antes de rendir la fortaleza.

Si bien está científicamente comprobado que a los españoles la historia no nos enseña nada, bien porque no le hacemos ningún caso bien porque apenas la conocemos, no viene mal que alguien intente enseñárnosla por la vía de la anécdota. Es mucho más entretenido conocer retazos de la vida privada de Alfonso XII que aprenderse de memoria la lista de los Reyes Godos como era antes requisito casi obligado. Quizá sea ese el motivo de que sepamos tan poco de nosotros mismos, la cicatera y manipulada enseñanza de la Historia a la que se acudió en los viejos tiempos del franquismo y que convirtió los siete siglos de presencia árabe y africana en España en una continua Cruzada a la que se llamó, para otorgarle más efecto heroico, la Reconquista.

Desgraciadamente, la historia se ha seguido manipulando en estos nuevos tiempos democráticos y les remito a la que cuenta Cataluña en sus libros de texto para escolares, una interpretación tan sesgada y engañosa que resulta grotesca y que, sin embargo y de tanto golpear en el mismo hierro, ha conseguido cumplir su cometido y convencer a generaciones de niños catalanes de que España les ha robado, pisoteado, amordazado y marginado por los siglos de los siglos.

Por eso, esas páginas de los diarios que recrean retazos históricos con talante cotidiano y espíritu de anécdota han de ser bienvenidos, y uno aspira a que se multipliquen y nos alegren el verano porque no hay mejor cosa que tumbarse en la toalla y al sol para saber cómo se las gastaba el cabrón de Fernando VII. Y para que no se repita.

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