Opinión

Placeres honestos

Para los viejos adoradores del rock and roll, el country, el blues y tantos otros géneros de la cultura popular que hoy han caído en desuso fulminados por las nuevas tendencias, escarbar en la memoria para rescatar figuras y nombres hoy olvidados pero presentes en el corazón de algunos de sus  ancianos admiradores, es un ejercicio que reporta muy excelentes beneficios precisamente para aquellos tipos hoy setentones largos a los que todavía nos ponen a bailar el alma unas guitarras y unos bajos bien tocados. Yo lo acabo de comprobar repescado para propio y reconfortante disfrute, la estampa de una sólida banda setentera, electrificada y furibundamente country llamada para la historia “Bachman-Turner Overdrive” de cuya existencia seguramente no tienen ni la más remota idea las jóvenes generaciones como no la tienen de formaciones mágicas e imprescindibles del género como la “Desert Rose Band”, los sin igual “Lynyard Skyniard”, o la “Marshall Tucker Band” cuyas aventuras por el country más poderoso debería estudiarse obligatoriamente en recintos universitarios para enseñar a las jóvenes generaciones lo que fue el rock and roll y lo que debería seguir siendo, ahora como patrimonio cultural universal que no está mal proponerlo a la UNESCO a ver cómo se lo toman y que hacen al respecto.

he decidido elegir mi propio placer. Al fin y al cabo, se limita a comer centollas en temporada, adorar a John, Paul, George y Ringo y que el Madrid gane

Sospecho que a las generaciones que nos asomamos al mundo a los compases de esta clase de música y a cuya vida han puesto banda sonora desde  “Allman Brothers” a “Kansas”, de “The Band” a “Canned Heat”, o desde “Eagles” a “The Guess Who” no nos vendría mal tratar de entender por dónde caminan los oídos de los chicos y chicas de ahora, pero he de confesar también que cada vez que uno de mis nietos se me sienta en el coche e impone escuchar lo que a ellos y ellas les gusta me produce sarpullido casi insoportable y se me ponen como escarpias los vellos de brazos y piernas. Incluso me avengo a reconocer que ellos son incluso más comprensivos hasta el punto de que se han avenido, con una sonrisa tierna, a escuchar a los Beatles. Pero en definitiva yo ya no estoy en ese punto, y el aire de salmodia que me entra por las orejas me deja tieso. Hace mucho que he decidido elegir mi propio placer –que es muy modesto- sin recurrir a subterfugios. Al fin y al cabo, se limita a comer centollas en temporada, adorar a John, Paul, George y Ringo y que el Madrid gane. Tampoco es para tanto.

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